Cuentan que cuando Jesús estaba por nacer, Tata Dios resolvió dirigirse al “Pata Santa”, un hábil trabajador rural, conocedor entrañable de la naturaleza, de buen sentido común y profunda espiritualidad. Le pidió que reuniera a todos los animales del campo para elegir a los más idóneos que acompañaran en el lugar en que pronto iban a parir al bebé. Como había poco espacio, solo podían entrar dos animales.
Inmediatamente se desparramó la noticia por todos lados. Desde el gallinero de las casas, hasta los lugares más recónditos del monte. El día de la elección había llegado. Las mangas estaban repletas de cuanto bicho podía haber, todos en fila para entrar al brete de observación.
El primero que entró a los gritos planeando por el aire fue el tero, haciéndose valer por haber sido quien dio la noticia a la mayor cantidad de animales. Así como entró en el tubo por un extremo, Pata Santa también lo hizo salir por el otro lado, como chicharra de un ala, diciéndole: “Si por haber avisado te considerás el primero sin respetar a los que están en la fila no es un buen proceder para merecer tal privilegio”.
El segundo que entró fue el toro, pues estaba en el primer lugar de la fila. Nadie le había podido decir lo contrario. Se consideraba en ese lugar por ser el más fuerte del campo, y haber sido el último Gran Campeón del Prado. “Vengo a cuidar al niño que va a nacer. ¿Quién se va a meter conmigo?. No solo por mi fuerza sino también por mi prestigio, soy merecedor de tan importante lugar” - le dijo a quién lo evaluaba, el cual le respondió: “gracias por tu buena intención, pero no se necesitan guardianes para esta gauchada, y menos considerándote más importante que los demás”.
Inmediatamente, se presentó una comadreja y le dijo: ¿Dónde se piensa alojar el pobre gaucho y su buena china?” El peón le respondió: “Por lo que me dijeron, ya están desprendiendo la volanta allá en la tapera”. “Yo soy el animal más apropiado para estar con esa pobre familia”. “¿Por qué?”, le preguntó. “¿Quien mejor que yo pa robar gallinas, y llevarles todas las mañanas haciéndoselas a las brasas? ¿Qué le parece?”, dijo mientras se sonría pícaramente. Pata Santa no contuvo la carcajada y luego le dijo: “Gracias, por preocuparte de lo que van a comer, pero acá no se trata de ser sabandija sino honesta, justo para estar con el Patrón de la Verdad, debería merecérselo con un proceder más justo”.
También llegó la avestruz, considerándose ella misma con la dignidad absoluta, por ser la más apoderada de todos los animales, teniendo tantos huevos en su nidal y una familia tan numerosa. “Lamento para esto no se trata de prestigio por lo que se tiene, sino más bien por lo que sencillamente se es, acá en el campo”, le dijo el jurado.
Ya a media luz, llegó otro animal y el peón le preguntó “¿Quién anda por ahí?”. “Yo soy el pavo real, ¿acaso no te has dado cuenta? Soy el más vistoso y bello de todos los animales de esta zona, y quién mejor que yo para estar en el lugar del nacimiento, adornando con mis hermosas plumas un lugar tan pobre, sucio y abandonado”. El encargado de la elección le dijo: “Gracias, pavo real, pero eres demasiado vanidoso para estar junto a quien ha querido venir al mundo, en la sencillez de una casa abandonada en el medio de la nada”.
Y así fueron pasando todos los animales, sin que ninguno lograra agradar al Pata Santa. Cuando ya se había puesto la noche, se dio por terminada la presentación, convencido de que no habría ningún animal digno de estar en la tapera del nacimiento. Montó en su zaino y se fue al galope hasta dicho lugar.
A lo lejos divisó la luz del fuego que José había encendido en la vieja estufa. Esta fue la forma en que lo guió hasta allí. Al bajar para abrir la portera ya no solo la luz del fuego era la señal, sino que el llanto de un bebé era la confirmación segura de que allí, había sucedido lo que él no pudo cumplir con su cometido. Tímidamente y con semejante vergüenza golpea las manos para saludar, así como también ofrecerse para lo que necesitaran. Cuando José abre la puerta “Pata Santa” quedó hipnotizado al ver la ternura de aquel bebé, y asombrado al ver junto a la camita de pasto seco, a la rata y al zorrillo muy horondos acompañando al Emanuel.
Disimulando el gran enojo, luego de felicitar a los padres de la criatura, los llama aparte a los dos animalitos y les dice: “¿Qué hacen ustedes acá? Manga de sabandijas, ¿no debían haber ido a la selección? “¿Y a usted le parece que nosotros dos teníamos oportunidad de ser elegidos?”, le responde el zorrillo. A lo que acota la rata: “Nos quedamos quietitos, ¿y qué íbamos a pensar que el parto iba a ser aquí en nuestra casa? No nos dio tiempo a nada, lo único que hicimos fue hacerle lugar y ayudarlos en lo que fuera necesario”. Esto fue suficiente para calmar al Pata Santa, que al mirar la sonrisa del niño Dios, comprendió por donde venía el yeito.
Dios no elige dónde va a nacer, así como quiénes son los bienaventurados de recibirlo, son aquellos que por su humildad son capaces de hacerle lugar en sus vidas, y aquel que cumple la voluntad del Padre.