Un creciente fenómeno en la era de las comunicaciones globales y masivas es el llamado “marketing del escándalo”. Consiste en generar hechos provocativos, en diferentes órdenes de la vida, para llamar la atención y así instalar a personas como personalidades “mediáticas” y obtener beneficios económicos por el aumento del tráfico hacia las sitios de internet, programas de televisión, cuentas de redes sociales u otros espacios comunicacionales.
Este marketing parece responder a una máxima: lo importante es que hablen de una persona, sin importar si se habla bien o mal. Lo importante es tener menciones en twitter, fotos en las portadas de los diarios online, visibilidad online. Así, las personas se degradan para conseguir unos minutos de fama y exponen intimidades y escándalos. Y tal afán de protagonismo es explotado por algunos inescrupulosos empresarios que piensan que el escándalo vende y se aprovechan de las miserias de alguna persona, o alguna pelea, para generar “rating” o “tráfico” hacia un sitio o hacia un programa de televisión.
Un tuit provocativo, una foto indecente, un chisme que se divulga por “casualidad”, un jurado que se pelea, sitios de internet de diarios masivos que presentan irrelevantes peleas entre personalidades mediáticas en sus portadas, entre muchos ejemplos, marcan el día a día de las redes sociales y los portales de internet. Por supuesto, los casos más graves son aquellos en que se cae en la pornografía y la violencia explícita. Pero muchas veces, se utiliza formas más sutiles pero igualmente degradantes de la persona, generalmente de la mujer y de las relaciones humanas.
El tema no es nuevo. Ya en 1989, la Iglesia a través del Pontificio Consejo sobre las Comunicaciones Sociales llamaba la atención sobre este problema a través de un documento titulado “Pornografía y la violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral”. Ciertamente, ese documento nacía en el contexto de los llamados “destapes” y 25 años después podemos ver que el problema subsiste y se agrava por la masificación de fenómenos como internet, e incluso adopta nuevas y más sutiles formas.
Un círculo vicioso parece potenciar este marketing. Por un lado, cierta industria del entretenimiento parece haberse reducido a divulgar todo lo relativo a personas “mediáticas” que, enajenando sus vidas como modernos esclavos virtuales, son puestos en la vidriera para un seguimiento masivo. Por el otro, el consumismo busca a través de la publicidad llegar a los lugares donde está presente masivamente el público, y entonces tales escándalos generan tráfico, visitas y rating que se transforman en cotizados puntos de difusión.
El relativismo genera un ambiente cultural que favorece este marketing y casi no se repara en las inevitables consecuencias sociales que tienen tales tipos de comportamientos. Aunque no tenemos estadísticas, nos podemos preguntar con razón si no tendrá alguna influencia en la violencia contra la mujer, en el aumento de rupturas familiares, en la trata de personas y en otras formas de esclavitud y degradación, la promoción del escándalo como forma de divulgación.
Desde ya que no todo está perdido en comunicación. Hay muchos y muy buenos periodistas, empresas y organismos que se preocupan por comunicar con pleno respeto por la dignidad de la persona humana y por el bien común.
Estos apuntes no quieren agotar el tema ni mucho menos. Ni siquiera nacen de un estudio sistemático de la comunicación. En todo caso, son reflexiones para pensar más en profundidad qué tipo de sociedad se moldea desde los medios y cuál es nuestra responsabilidad.
En todo caso, el “marketing del escándalo” es una realidad que nos interpela a todos y nos mueve a ser críticos y muy responsables en el uso que hacemos de los medios de comunicación y de las redes sociales. El respeto hacia el otro es una virtud que todos estamos llamados a cultivar. Empecemos por casa.
Podemos terminar recordando las palabras del Concilio Vaticano II en el decreto Inter Mirifica sobre los medios de comunicación social: “La madre Iglesia sabe, en efecto, que estos medios, si se utilizan rectamente, proporcionan valiosas ayudas al género humano, puesto que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino de Dios; sabe también que los hombres pueden volver estos medios contra el plan del divino Creador y utilizarlos para su propio perjuicio; más aún, siente una maternal angustia a causa de los daños que de su mal uso se han derivado con demasiada frecuencia para la sociedad humana” (n. 2).