La vida humana es la realidad radical a la que referimos todas las demás realidades
(Ortega y Gasset).
“Oye, que estás vivo” –es lo más radical que nos podemos decir unos a otros; todo lo demás -salud, dones, capacidades, frustraciones, desgracias, alegrías…- son realidades secundarias. En la propia vida es en donde cada persona encuentra su potencial y se da a los demás, donde tiene que hacerse a sí misma y decidir qué camino seguir. Los jóvenes experimentan el desafío que les plantea la vida en claves de logro o fracaso, con el anhelo latente de tener un horizonte seguro.
¿Cómo lograr la vida? Se puede optar por ser novelista de sí mismo, un héroe; o bien por traicionar su sí mismo, un plagiario. ¡Hace falta mucha valentía para hacerse a sí mismo, para recorrer el camino que cada uno sueña, puede y quiere! Cada joven es un proyecto de existencia único marcado por tres acciones: reconocer, interpretar, decidir. Los jóvenes saborean que la vida es un don, un escenario abierto donde toda otra realidad se manifiesta, y saben muy bien que la propia vida es transparente para ellos mismos, por mucho que se muevan en la cultura de la apariencia.
Cuando un joven inicia un discernimiento tiene ciertas premisas que considerar: sus circunstancias. Habrá de indagar sobre sus creencias personales, aquellas que subyacen bajo su acción cotidiana; también habrá de situarse críticamente frente a las creencias colectivas, de moda; tendrá que realizar un esfuerzo por objetivar su perspectiva, espacial e ideológica; y necesitará poner un poco de orden en su vida según sus campos de intereses, ya que cuando vive sus circunstancias personales como algo revuelto siente, como todas las personas, angustia.
Lo más importante de la circunstancia es la necesidad de reconocerla, de contar con ella si queremos proyectarnos, junto a la necesidad de interpretarla y darle un sentido, esto es, de darse cuenta de las relaciones que tienen sus componentes entre sí. La filosofía que ilumina este marco de sabiduría para la práctica de discernimiento, la filosofía de Ortega y Gasset, considera que cuando se logra interpretar de manera correcta la circunstancia personal, se le da sentido respecto al proyecto de vida, entonces hay más probabilidad de tomar decisiones acertadas y lograrse como individuos auténticos y originales.
Llegados a este punto, se revelan estos elementos sobre el discernimiento:
- Una actitud permanente que lleva consigo transformar la vida.
- Va de la mano del deseo de felicidad que habita en cada persona.
- Es una herramienta para decidir en un contexto determinado.
En la metáfora de la carrera utilizada por San Pablo en la carta a los filipenses (cf. Flp 3,12s), podríamos decir que la meta del “reconocer” en un discernimiento cristiano es agradecer y alabar a Dios por las cosas grandes que ha hecho en el sujeto que discierne y, que para romper la cinta de meta con nuestro pecho hay que realizar un ejercicio, no siempre exento de sudor, de separar, tamizar y valorar diferentes elementos, y ello, atendiendo a un maravilloso acontecimiento, la vida personal, es decir, a mi yo y mis circunstancias. “Reconocer” en clave cristiana significa penetrar a la luz del Espíritu Santo en el significado que guardan unos determinados hechos de la vida.
Para este “reconocer” ni la hiper-información ni la hiper-comunicación aportan luz, más bien ayuda quedarse con unos cuantos hechos de la vida que conforman la materia a discernir y comunicarse con muy pocas personas, las exclusivamente necesarias, entre las cuales juega un papel importante el acompañante. Llegar a la meta del reconocer es una tarea difícil pero necesaria y consiste, dentro del permanente movimiento interior y exterior en el que nos encontramos, en descubrir el hilo primordial del amor de Dios que sostiene toda nuestra existencia.
En el proceso de discernimiento, al interpretar mi circunstancia, pueden aparecer miedos. Además, podemos llegar a percibirnos situados en nuestro propio misterio pascual, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto” (cf. Jn 12,24). Ahí insertos, aparece la tentación de la huida. El meollo de un discernimiento relevante está en dejarse salvar por Cristo. El Papa Francisco lo expresa con bellas palabras: “Quienes se dejan salvar por Él (Cristo) son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1)
En la interpretación de mi circunstancia en un proceso de discernimiento es normal que se dé una agitación interior, sentimientos e impulsos contradictorios, y que los miedos jueguen un papel importante. ¿Qué miedos nos paralizan? ¿De qué miedos se aprovechan las tiranías de nuestro mundo? Frente a ellos Jesús nos dice: “No tengan miedo” (Mt 14,27). Pero, ¿qué hacer?
Tener presente la posibilidad de errar en la interpretación que realizamos, procurando por tanto ser prudentes. La prudencia sólo tiene sentido ante la posibilidad de un mal; la prudencia necesaria tanto por parte de quien discierne como por parte de quien acompaña el discernimiento está mantenida por la oración. Es la voz discernida del Espíritu del Resucitado quien debe marcar la dirección y el ritmo de los pasos a dar (cf. Hb 13,20-21).
Pasar por el corazón por dónde hasta ese momento me ha ido llevando Dios (cf. Hb 11,17-18). Los símbolos, además de la función de señalar que tienen los signos, están envueltos en misterio, tienen una carga afectiva y una fuerza interior de unión de elementos, es decir, proyectan y no cortan. Se trata de seguir acogiendo la iniciativa amorosa de Dios, esta vez en la dificultad.
Cuidar y agradecer la percepción de sentirse sostenido. Nuevamente, una figura relevante para ello será la del acompañante, junto a otras personas destacadas en la historia de fe (cf. Hb 11,1-12,3).
Pasemos a la acción de decidir y considerando estudios sobre las funciones ejecutivas.
El ser humano se encuentra obligatoriamente ante la toma de decisiones, a veces de cuestiones sencillas y corto alcance y otras veces de cuestiones complejas y de gran alcance. En las decisiones, sean las que sean, nos jugamos el ser o no ser de nuestra condición de seres humanos y de creyentes. En fe, la elección es un acto libre y responsable a la luz de Dios que requiere madurez humana y lleva consigo una gran dosis de libertad que brota “de la conjugación entre la experiencia de Dios y el conocimiento propio”. La paradoja de la libertad cristiana consiste en ser muy dueño de sí para entregar la libertad propia a la libertad de Dios.
Las funciones ejecutivas, entre las que se encuentra la toma de decisiones, son funciones del cerebro que permiten la organización de las acciones en el tiempo para alcanzar metas y resolver problemas. Entre los expertos que estudian dichas funciones se considera que la principal función de la inteligencia no es conocer, tampoco nombrar sentimientos, sino dirigir el comportamiento a través de la toma de decisiones conscientes. Desde el punto de vista educativo es indudable que este esquema abre a unas posibilidades impresionantes, y desde el punto de vista evangelizador también, pues a través de estos estudios se abren puertas a las metodologías para discernir.
Finalizamos “escuchando bien” voces autorizadas que hablan de caminos de conversión para la Iglesia de hoy con la intención de dialogar sobre ello:
Practiquemos una “pastoral del tú a tú, escuchando, no simplemente oyendo, a tanta gente diversa, cada una con su yo y sus circunstancias”
Luis Fernando Vílchez
Es necesario “impulsar una renovación interior de nuestro modo de vivir la fe cristiana”
José Antonio Pagola
Ayudaría “dejar a la conciencia de los cristianos su obrar concreto y que la institución se limite a fijar las grandes líneas”
Isabel Gómez Acebo
Hay que “emigrar del centro a la periferia, de la luz a la oscuridad, de la centralidad a los márgenes, de la comodidad a la intemperie; pues es precisamente ahí donde se requiere el consuelo, la esperanza, la acción transformadora”
Francesc Torralba