La Semana Santa fue muy especial para mí. La viví de misión en el Colegio Pío con la gente de La Tablada. Si bien no fue la primera, tuvo un valor singular, no meramente porque se bautizó mi ahijada, sino también porque me pude encontrar cara a cara con Dios como nunca antes lo había hecho.
Aunque al principio no me di cuenta, el primer encuentro se dio desde el llamado. Yo tenía un parcial la semana posterior a la Semana Santa y por ese motivo había elegido no participar de la misión. Pero gracias a la insistencia de educadores y amigos míos me decidí por ir. Como dice un amigo, Dios juega de 10, es creativo, siempre se las arregla para armar la mejor jugada.
Un ingrediente infaltable en las misiones es siempre el encuentro con la gente del barrio y al mismo tiempo con tus compañeros de comunidad. En mi caso, este encuentro se dio de manera especial, hubo una mezcla muy linda entre el barrio y los compañeros. En esta misión tuve la suerte de estar acompañado por un joven que yo había animado años atrás en un oratorio. Verlo confesarse, participando de las Eucaristías, animando con pasión y haciéndose uno con la comunidad, fue razón suficiente para que la entrega de mi tiempo haya valido la pena. Me colmó de esperanza.
El último encuentro con Dios fue bastante directo y concreto. Me callé; él me habló, y yo lo escuché. Me dijo que no bastaba con ser “buena gente” para ser cristiano, sino que todo cobraba sentido cuando amábamos su muerte en cruz y su resurrección. Me dijo que para ser el primero hay que ser el último. Me habló sobre la importancia de mi familia en mi vida. Me habló sobre mi postura frente a los demás. Me dijo que no se puede ser autosuficiente en la vida cristiana, sino que el cristiano ES porque todos SOMOS. Me dijo cosas muy importantes, pero, como siempre, no gritó, más bien habló bajito. Espero que en estas semanas, todos podamos deshacernos de nuestros ruidos para escuchar los susurros.
¡Feliz Pascua de resurrección!