Hemos estado habituados a pensar que la transmisión de la fe seguía el modelo del río que crece poco a poco con el aporte de varios afluentes que vienen a aumentar su caudal y a ensanchar su cauce. Es así como la transmisión de la fe tenía su fuente en los hogares. Después, en la etapa de la infancia y la adolescencia, ensanchaba su curso con el afluente principal de la escuela y la enseñanza religiosa escolar. Después las parroquias tomaban el relevo para el resto del curso y del declinar de la vida. La transmisión de la fe se operaba de manera progresiva, encadenándose de etapa en etapa, como una herencia llevada y arrastrada en el oleaje continuo de la vida, en el funcionamiento cotidiano de las instituciones sociales y eclesiales.
Hay que ser capaz de reconocer que esta imagen del río y de sus afluentes ya no corresponde en absoluto con la realidad. En los hogares, a menudo, la fuente parece agotada. En la escuela, el aporte religioso es reducido. Por su parte, las parroquias, menos frecuentadas, no alimentan más que una débil proporción del pueblo de los bautizados y muchos creyentes no encuentran verdaderamente respuesta a su hambre. Esta imagen del río evoca el dispositivo que ha servido para dirigir la evolución religiosa de las generaciones anteriores. Los lugares institucionales que le caracterizaban son objeto de una lenta y continua desconexión. De este modelo de río con un cauce actual incierto, tenemos que pasar a otro modelo.
En las nuevas condiciones que son las nuestras, es importante subir allí donde la fe toma su fuente. Es decir, en el corazón de la experiencia de la gente. La fuente se encuentra en las personas, en los momentos esenciales de sus vidas, en las experiencias básicas a través de las cuales se manifiestan los primeros estremecimientos, los primeros rumores de la fe. Es esta fuente que está en el punto de partida de toda evolución. Es la que sin cesar hay que buscar, despejar, canalizar.
Este modelo de fuente que la Biblia sugiere para los momentos de niebla y de incertidumbre. Es en esta perspectiva de una vuelta a la fuente de la que hablaban los profetas en tiempo del exilio y del retorno del exilio, cuando las fundaciones eran arrastradas, cuando los apoyos religiosos tradicionales habían desaparecido - el Templo, los sacerdotes, el culto, el entorno religioso. Ellos anunciaban que Dios iba a reanudar su alianza a partir del corazón de los hombres. “Yo les daré un corazón nuevo, pondré en ustedes un espíritu nuevo... pondré en ustedes mi Espíritu: Entonces seguirán mis leyes, obedecerán mis mandamientos y ustedes serán fieles”, proclama Ezequiel (36, 26-27).
Es aún esta imagen de la fuente que inspira a Jesús cuando dialoga con la samaritana, esta marginada de su tiempo, “distante” en su fe e “irregular” en su vida personal. A esta mujer Él le pide agua. En ella despierta la fuente que brota hasta la vida eterna.Volver, pues, a la fuente. Olvidar el esquema de las canalizaciones y de los acueductos pastorales que ya apenas dan agua. Buscar las fuentes de la fe, siempre subterráneas, pero que afloran pronto o tarde al ras de la vida. Está allí, donde la gente, fatigada, encuentra el placer de beber, el gusto del agua, el gusto de vivir y de revivir.
Volver a la fuente es más que conducir a los creyentes, es más que entrar en un sistema. Es ante todo intentar extraer la experiencia espiritual que brota de la vida, que extraña, que hace presentir lo esencial, que despierta, que pone en marcha, que hace vivir. Es aprender a reconocer, en las diversas etapas de la vida, esta fuente que el Espíritu hace surgir en el corazón de los seres, como un don, como una fecundidad nueva.
La educación en la fe no es, en primer lugar, una cuestión de reunir recursos; es ante todo una cuestión de descubrir la fuente. Si se admite este cambio de perspectiva, si se acepta pasar del río a la fuente, cambian muchas cosas.
En un pasado aún no muy lejano, el cuestionamiento pastoral era el siguiente: ¿Cómo distribuir la doctrina cristiana para proponerla a los jóvenes en la etapa de su infancia y de su adolescencia? ¿Qué contenido de fe proponer a cada uno de los años de su escolaridad? Se pensaba espontáneamente en una enseñanza, en unas lecciones, en un conjunto doctrinal para proponerlo completo y progresivamente. Nótese que aun se dice en muchos lugares “la clase de catequesis”.
En la nueva perspectiva indicada, la primera cuestión viene a ser otra. Es la siguiente ¿Cuáles son los caminos o proyectos de iniciación para proponer a los jóvenes? Y a través de estos proyectos ¿cuáles son los elementos de la tradición católica? ¿Cuáles son las historias, las parábolas y las páginas de la escritura? ¿Cuáles son los símbolos y los ritos litúrgicos? ¿Cuáles son los relatos de la historia de nuestra Iglesia y los hechos eclesiales actuales que serían para ellos muy particularmente significativos y enriquecedores? Esta imagen de “caminos” de “itinerarios” nos anima.
Es la imagen de un camino abierto, que viene de lejos, por el cual han caminado muchas generaciones antes que nosotros, guiados por el Espíritu de Dios. Este camino llega hoy ante nosotros, a un terreno nuevo, con un relieve escarpado y con unos paisajes inéditos.Cada uno desea marchar por él a su ritmo, pero cada uno desea encontrar en él también indicadores que permitan avanzar en la buena dirección, con la fuerza que viene de Dios.
Los diferentes elementos que surgen de la reflexión pastoral cotidiana ayudan a darse cuenta que la educación en la fe necesariamente pasa por una “experiencia fontal”, por un manantial de espiritualidad que brota allí donde el Espíritu quiere.
Las vivencias de cada uno con su significado particular en el momento de la vida en que ocurren dan lugar a las “experiencias”. La experiencia (¡téngase en cuenta para cuando se elaboren pastoralmente!) no es un simple evento; tiene su intencionalidad y su objetivo, que en el caso nuestro es hacer vibrar la cuerda interior, despertar la fe y avivar la relación con Jesús. ¿Pero qué da más hondura, aun, a una experiencia vivida? Su resignificación, es decir, la experiencia leída a la luz de Cristo y su Evangelio, que amplia y modifica el sentido de lo que me pasa en vistas de una transformación de mi persona.