El número de los muchachos que frecuentan el oratorio, aumenta todos los días, sea por una atracción espontánea sea por la invitación de Don Bosco. Su preocupación es la de buscar a los más pobres y abandonados para sacarlos de la calle y prevenir mayores peligros. Para esto, emplea diversas técnicas, todas basadas en el contacto personal y la amistad que conquista los corazones.
A veces pasa frente a los talleres y a las canteras en el momento de la comida, se mete en los grupos de aprendices y dialoga con ellos interesándose por sus problemas; otras veces se mete en grupos de adolescentes que juegan a las cartas y a los dados, se sienta con ellos poniendo el también lo que le corresponde; a los más chicos les ofrece fruta y dulces; entra en las pensiones, en los cafés y en las peluquerías, hace amistad con los patrones y aprendices, invitando a estos últimos al oratorio.
El lugar privilegiado para estos encuentros es Porta Palazzo, diariamente pasa por allí frente a los muchachitos, adolescentes y jóvenes más pobres: vendedores ambulantes de chucherías, limpiabotas, camineros, mozos, artesanos, y tantos otros pobres muchachos que vivían al día. Los va conociendo de a poco por su nombre y los va vinculando al oratorio.
Educar significa dar y recibir. El que no da nada y pretende sólo comportamientos, no conquista a los muchachos; quien da sin exigir, le falta compromiso.
El “ansia de Oratorio” es volcada en el corazón de Juanito a través de un sueño, que concluía con la frase: “A su tiempo, todo lo comprenderás”. Después de tantos años, en Valdocco, Don Bosco comienza a entender; repensando las experiencias vividas en Chieri y Turín, intuye el proyecto de Dios sobre su vida ser: “signo y portador del amor de Dios a los jóvenes”.
El se siente guiado como tomado de la mano por María la que a los pocos meses de su llegada a Valdocco, ofrece en sueños, a él y a todos sus colaboradores, preciosas indicaciones para realizar un fecundo trabajo entre los jóvenes. Es el sueño del enramado de rosas.
“Un día del año 1847, habiendo meditado mucho sobre como hacer el bien a los jóvenes, se me apareció la Reina del cielo, y me condujo a un jardín encantador. Era un enramado de rosas que se prolongaba hasta donde alcanzaba la vista, flanqueado y cubierto de rosas en todo su primor. También el suelo estaba lleno de rosas. La Bienaventurada Virgen María me dijo:
- Sácate los zapatos y comienza a caminar: este es el camino que deberás recorrer.
Comencé a caminar, y enseguida me di cuenta de que aquellas rosas tenían espinas agudísimas, de tal modo que sangraban mis pies. Por lo tanto habiendo recorrido pocos pasos me vi obligado a volver atrás.
- Aquí se necesitan los zapatos dije a mi guía
- Ciertamente me contestó aquí, se necesitan buenos zapatos.
Me calcé y me puse a caminar con un buen número de compañeros, que me hablan pedido para acompañarme. La enramada era cada vez, más estrecha y más baja.Muchas ramas subían y bajaban como festones; otras colgaban en perpendicular sobre el sendero. Estaban todas cubiertas de rosas. Aún sentía furtes dolores en los pies; tocaba rosas por todos lados, sintiendo espinas más punzantes aún; y sangraba no sólo por las manos sino por todo el cuerpo. Animado por la Virgen proseguí mi camino.
Entretanto todos los que me miraban, decían:
- ¡Que bien Don Bosco! ¡Mira como anda siempre entre rosas! Él va delante tranquilamente; todas las cosas le salen bien.
Pero ellos no velan las espinas que lastimaban mis miembros. Muchos sacerdotes, dérigo y laicos, entusiasmados por la belleza de esas flores, con alegría se pusieron a seguirme, pero cuando sintieron las punzadas de las espinas, se pusieron a gritar:
- ¡Nos han engañado!Recorrido un buen tramo de ese camino, me di vuelta y con dolor vi que me habían abandonado. Pero inmediatamente me consolé porque vi otro grupo de sacerdotes, clérigos y laicos que se me acercaban diciendo:
Don Bosco continúa diciendo que al final de la enramada, se levantó una ligera brisa y con aquel soplo, como por encanto, todos sanaron.
- Aquí estamos: somos todos suyos, estamos dispuestos a seguirlo”.“Finalmente la Santísima Virgen que había sido mi guía me preguntó: - ¿ Sabes qué significa todo esto?
- ¡No!, respondí. Te ruego que me lo expliques.
Entonces ella me dijo:
- Tienes que entender que el camino que has recorrido entre las rosas y las espinas significa el cuidado que debes tener con la juventud: tú debes caminar con el calzado de la mortificación. Las espinas representan los afectos sensibles, las simpatías y antipatías humanas que distraen al educador y lo llevan a desviarse de su finalidad. Las rosas simbolizan la caridad ardiente, que debes tener tu y tus colaboradores. Las otras espinas signfican los obstáculos, los padecimientos, los disgustos, que tendrán que soportar. Pero no hay que perder el ánimo. Con la caridad y la mortificación todo se superará y llegarán a las rosas sin espinas”.
La enramada de rosas.
La animación está hecha de alegrías y de fatigas.
Unas veces sientes el deseo de dar gracias a Dios por los muchachos del oratorio y otras, no saldrías de casa para ir al oratorio. Es fácil animar cuando “todo anda bien”: actitudes, juegos, propuestas... Pero muchos aflojan cuando la realidad se hace dura; cuando hay tensiones entre animadores, o mala relación con el responsable del oratorio; cuando los gurises no te agradecen tus desvelos, no viniendo más o descargando sobre tí la responsabilidad de lo que no funciona.
Quien quiere ser animador tiene que prepararse para los tiempos duros.