Seguimos siendo llamados a ser misión… a ese encuentro profundo con el otro, a llevar a Jesús donde y con quienes nos toque estar. Seguimos siendo llamados a reafirmar la certeza de que vos, yo, nosotros, somos misión o no somos. En lo personal, me identifico plenamente con esta frase. En la simpleza de esas dos palabras se esconden las claves más profundas e importantes de mi vida. Reconociéndome así, perdiéndome y encontrándome, me hallo en la seguridad de que el camino es por acá, de que en ese gastar la vida, mi vida se llena.
Misión como forma de vivir, con todo lo que implica… llevando a ese Jesús vivo, lo que no siempre es algo sencillo. No puedo salir a compartir algo que no tengo. Reconocerse en esa necesidad infinita que es mutua, tanto de nosotros a Él, como Él de nosotros, implica reconocer un desafío, pero también luz que ilumina mis búsquedas, o que incluso, es consecuencia y causa de la misma. Es la certeza de un camino que no se anda en soledad, y brazos firmes en los que siempre encontrar abrazo, pero también, la existencia de un vínculo que me saca de mis comodidades, que me interpela, que me pide escucha, estar en movimiento, siempre, desde la confianza dejarlo actuar a Él. Cuánto nos cuesta… pero qué sabor adquiere la vida cuando la vivimos desde aquí, y qué lindo también, es poder desde el compartir, facilitarle ese encuentro a los otros.
En este sentido, ¿qué sería la misión sin el encuentro con el otro? Encuentro, que no nace desde el pararme de un escalón más arriba, sino desde un compartir, dejándome llenar por esa presencia y siendo capaz de con mi vida, poder suscitar algo en el otro. No se trata de ir con grandes verdades como banderas, más que la de ese amor que trasciende y es expresado en la alegría de vivir. No se trata de imposiciones, se trata de un compartir que transforma, solo si estamos dispuestos a dejarnos invadir, de un generar nuevas realidades desde la realidad de cada uno.
Que importante es entonces, entender esa vida del otro como tierra sagrada… que importante es entrar descalzos allí. Qué importante es adquirir la descalcez como forma de vincularme con el que me rodea, dándome la oportunidad de pararme desde el lugar del respeto y la humildad. Reconociendo al otro como esa tierra sagrada, llena de historias, de huellas, de su unicidad que llena de aroma a riqueza, es que me puedo permitir tener mayor precaución al pisar, evitando tanto atropello y corriéndome de la tendencia de ir encasillando caras, realidades, vivencias en categorías. Es una manera de estar, mirar y caminar que me permite ser más creativa en ese encuentro, más humana, más empática… más sensible al dolor ajeno, pero siempre con un impulso que adentro arde y me permite ir más allá, prestando una mano para ese caminar, que ya no será ni suyo, ni mío, será nuestro.
Que distinta sería la vida si pudiéramos tener el corazón más abierto y nos dejáramos llenar por todo eso que el otro es… valorar esa riqueza y ver a Dios allí. No es una mirada para levantar autoestimas, es una mirada genuina que hace saber con gestos y palabras, lo grande y sagrado que en el otro habita, por lo que en mi genera. Si pudiéramos mirar más así, nos sorprenderíamos de los inmensos lugares donde podemos llegar, porque valorando lo auténtico de cada uno, la confianza sale a la luz, y no solo contribuimos en ese vínculo respetuoso a que el otro pueda seguir siendo él mismo, sino que en ese ida y vuelta, me construyo y me desarmo yo también, con la certeza de que allí la vida se ensancha.
En esta aventura, que no se nos olvide que el protagonista es Dios. Todo parte de Él, de su entrega, de su vida y su corazón sencillo y austero, pero que sobre todo, es algo a lo que estamos llamados a vivir junto a Él. Es camino compartido, es diálogo y es confianza. Es oración, es escuchar, es depositar, y a veces, nada más que cerrar los ojos y respirar profundo, para sentir su acompañar. Es no dejar de ver la sorpresa en mis movimientos cotidianos.
Ser misión, es la capacidad que todos los días se cultiva, en crecer y aprender, dejándose afectar por lo que nos rodea. Es de a poco, romper los márgenes que me limitan, que solo me dejan en mi comodidad y en mi tibieza. En el valorar el encuentro como sagrado, como regalo de Dios, como invitación a atravesar fronteras físicas e internas. En la curiosidad basada en el respeto, en la paciencia. Pero sobre todo, en el saberme vulnerable y chiquita ante lo que me rodea, pero aún así, capaz de grandes cosas. Ser misión, en tener siempre el corazón preparado para dejarlo a Él venir y salir.