Juan… tu corazón gigantesco como las arenas de nuestras soleadas playas
poseía un inmenso caleidoscopio de rostros juveniles.
Patagónicos y asiáticos, africanos y europeos,
poblaron tu imaginación evangelizadora.
Y la fuerza potente de tu carisma
transformó en realidad entusiasta la raquítica vida de multitudes.
Juan… hoy tu palabra sigue viva.
Hoy, con inmenso amor de hijos te escuchamos decir…
Me basta que sean jóvenes para que los ame:
Tú llegaste a nosotros porque amas a los jóvenes
ligeras aves soñadoras,
mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades (Christus vivit, 197)
Mi único deseo es veros felices en el tiempo y la eternidad:
Tú nos quisiste felices
alimentados por un horizonte de sentido y de vida.
La santidad consiste en estar siempre alegres
y hacer bien las cosas que tenemos que hacer:
Tú nos quisiste alegremente realizados en la vida
construyendo una historia real hecha de sueños e ilusiones.
Basta que un joven entre en una casa salesiana
para que quede bajo la protección de Ma. Auxiliadora:
Tú no nos quisiste huérfanos,
nos enseñaste a querer a una Madre que nos protege y acompaña
con su fuerza resplandeciente e inmaculada
poniendo calidez de hogar en nuestras vidas.
Confien siempre en Jesús y María y verán lo que son los milagros:
Tú nos enseñaste a amarlos
impulsados por una inocente confianza en María
y deslumbrados por vivir con Jesús en el corazón,
energía humanizadora que armoniza,
da vigor y desarrollo inaudito a nuestro caminar.
María lo ha hecho todo:
Tú nos enseñaste que Ella es la que nos guía en la vida
experimentando la caricia de su maternal presencia.
Un pedazo de paraíso todo lo arregla:
Tú nos hiciste a soñar con una felicidad donde no habrá límites,
con el gozo inefable de un eterno brindis,
movidos por la nostalgia del rostro de Dios.