La Biblia bien puede compararse con ese baúl, que a modo de cajón de sastre recoge cientos de historias de vida, en las que sentimos palpitar el interior del ser humano: envidias, amores, solidaridad… con el sabor de un proyecto compartido; como lo es el del pueblo de Israel, que aprende a nombrarse en camino, camino del que irán naciendo, decantados por la historia, los distintos libros del Antiguo Testamento. Camino de Jesús con sus discípulos, y de los primeros grupos de seguidores, que en cartas y relatos nos legarán lo fundamental de su experiencia.
Por esto la Biblia es capaz de hablar hoy a niños y jóvenes, acompañando desde dentro procesos educativos, de crecimiento y maduración personal: sus deseos no difieren tanto de los de aquellos primeros creyentes, hombres y mujeres deseosos de conocer y contemplar a un Dios que se hace presente en sus vidas, que se preguntan por el sentido de su existencia, que la afrontan contando y cantando lo que les acontece en el vivir cotidiano.
Quien se arriesga a educar con la Biblia se hace maestro en cuanto que busca herramientas y sabe ofrecer alternativas para que sean ellos y ellas quienes vayan reconociéndose en las historias de los hombres y mujeres de la Escritura. Le corresponde aunar experiencia y novedad, mezclarlas con arte para que el Dios que desde el principio ha querido hacerse Palabra comprensible, se muestre y se comunique también con los niños y los jóvenes de hoy. Sirvan para ello algunas pistas de trabajo con la Biblia en las diferentes edades y etapas de itinerario escolar:
La preadolescencia es tiempo de crisis, y por tanto momento de retos que apuntan crecimiento y maduración personal. El aprendizaje se personaliza y la enseñanza se hace más difícil.
En la adolescencia (13-17 años) todo se cuestiona: la propia personalidad, las relaciones, la autoridad, también lo aprendido y lo que siempre ha sido así. En semejante sismo también la imagen y la realidad misma de Dios se tambalea, a veces de modo irreparable, por eso la Biblia en esta etapa puede:
La Palabra de Dios se convierte así en instrumento y fuente de inspiración en la tarea educativa. El eco simple de las experiencias de los hombres y mujeres de la Escritura llega hasta nosotros con la nitidez de unas vidas que los hace contemporáneos de nuestra aventura: sus páginas nos hablan de derechos humanos, de lucha por la justicia y esfuerzos compartidos, pero también de hambre, de enfermedad o de miedo. Nos asombra comprobar el arrojo de sus protagonistas, sus decisiones, y sus hazañas tan grandes o cotidianas como pueden serlo las nuestras. Su entraña más profunda nos habla de solidaridad obediente, pronta y desinteresada, a la escucha del Dios de la vida, empeñado en entregarnos a cada momento una existencia humana recobrada.
Los relatos bíblicos aparecen ante nosotros cargados con la novedad sabía que le otorgan siglos de experiencia, y nos asombran al comprobar que su fuerza liberadora permanece intacta para aquellos que se atreven a cruzar la frontera de sus páginas en busca de un referente válido en la educación para la solidaridad. Ha llegado el tiempo de dejar atrás los prejuicios que relegaban a la Biblia al cajón de los piadosos que citaban los versos casi de memoria, apoyando con su autoridad argumentos de diferente calado, y reconocer en ella un arma poderosísima para la educación en valores.