¡Feliz el que está absuelto de su culpa,
a quien le han enterrado su pecado!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le imputa el delito
y en cuya conciencia no hay engaño!
Te declaré mi pecado,
no te encubrí mi delito;
propuse confesarme
de mis delitos al Señor;
y tú perdonaste
mi culpa y mi pecado.
Salmo 32,1-2.4-5
Nada resume mejor el propósito de la conversión que las palabras de este salmo. Confesar los pecados nunca es un acto fácil; quizás sea esto lo que primero que tengamos que convertir en nuestra práctica del sacramento. Lejos de ser el resultado de un sentimiento de culpabilidad o una exposición de nuestras mediocridades, la confesión de nuestros pecados es, ante todo, un acto de fe en Dios que nos ama y nos espera.
Por eso, el sacramento se celebra en el clima de acción de gracias al Padre que «es amor» y a su Hijo «que nos ha restablecido en su Alianza». Confesar los pecados deja de ser una acción penosa; es recobrar el aliento y el aliento, el soplo, es el Espíritu Santo.
Estas palabras, tomadas de la plegaria eucarística para la reconciliación II, son una oración de acción de gracias. Por eso en la acción de gracias debe vivirse lo que expresan. Describen perfectamente el desarrollo del sacramento de la penitencia y la reconciliación:
— todo procede del Padre y de la Alianza que establece con nosotros, hasta perdonar las rupturas que le causamos;
— todo procede del Padre que nos ofrece un tiempo de gracia, de conversión, de “volver a Él”;
— todo procede del Padre que nos reconcilia con Él y, así, nos concede en Cristo recobrar el ánimo para vivir mirándole a Él y para estar al servicio del hombre, gracias a ese «soplo» que es el Espíritu Santo.
El sacramento de la penitencia y reconciliación es mucho más que volver al orden o a la norma; es un retorno a la Alianza, y porque es un sacramento de la Alianza se recibe y vive en acción de gracias. Pasa por la prueba de la conversión y la dificultad de la confesión, pero termina en la alegría y la paz de la reconciliación con Dios.
Para trabajar el sentido de la Alianza y el retorno al Padre con los adolescentes y jóvenes, puede leerse y hacer una lectio guiada con la parábola del Padre misericordioso (Lc 15, 12-32)