Feliz la persona
que no se deja influir por los demás,
ni se junta con amigos que lo desvían
del buen camino,
ni se reúne con aquellos que se burlan
de sus convicciones religiosas,
sino que su gozo y alegría surge de un corazón
que descubre y ama a Dios Padre
como una fuente de la que mana
y bebe agua limpia;
que se deja guiar por el Señor.
Será como el deportista que corre veloz,
como el jugador aclamado por su triunfo,
como el nadador cuyas brazadas lo llevan al éxito
porque encuentra en su Padre la fuerza que necesita
para caminar con los ojos abiertos,
para no torcerse en sus decisiones,
para no equivocar el sendero.
Porque experimenta que el Señor
acompaña y protege su camino:
¡Feliz es esa persona!
Cristo Jesús nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo del mal, del pecado. La vocación de ustedes es la libertad: pero no usen esa libertad para dar rienda a sus instintos; al contrario, sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Gál. 5, 1. 13-14
Te invito a mirar lo que vayas a realizar hoy.
Pídele al Espíritu Santo que te ilumine y guíe en cada en cada una de tus actividades.
Y que María te acompañe.
Tú nos has regalado la vida, Señor: somos personas.
Personas llamadas a crecer y a desarrollar
todo lo bueno que hay en nosotros.
Poseemos, como semillas que han de germinar,
cualidades y aptitudes,
gustos, inclinaciones y tendencias.
Poseemos un temperamento,
y una herencia que viene de nuestros padres,
así como rasgos propios y originales:
¡somos únicos en el mundo!.
Tenemos por delante una inmensa tarea que realizar:
hacer crecer todo ese mundo interior que late y bulle en nosotros,
conocerlo, impulsarlo, vivirlo plenamente para que se desarrolle
y así crezcamos como personas
y nos sintamos responsables de nuestra propia vida,
capaces de ser y de hacer nuestro propio camino.
Nos aceptamos y nos queremos así como somos, Señor,
con nuestras capacidades y nuestras limitaciones,
con lo bueno y lo malo que poseemos.
Así como somos, queremos construir para nosotros
y para nuestra sociedad, un mundo mejor.
Soñamos un mundo feliz,
un futuro radiante,
una plena realización personal.
Pero tenemos necesidad de que nos ayudes en esta tarea
ya que no nos resulta fácil, ya que implica
esfuerzo y constancia,
claridad de metas y tenacidad,
renuncia aún a cosas buenas y que nos gustan,
generosidad y mirada amplia.
Soñamos, como tú Señor, construir el Reino de Dios
aquí en nuestro Uruguay
con nuestra capacidad de comprometernos
y de servir a los demás.
Soñamos que es posible construir, con tu ayuda, un mundo
mejor que el actual:
donde todos seamos hermanos,
y donde reine la justicia y la paz.
Contamos contigo, Señor. Amén.