Todos los años vivimos la navidad, pero la auténtica Navidad puede pasar muy desapercibida con facilidad. Incluso quienes la vivimos “cristianamente” podemos tener la tentación de acostumbrarnos, de quedarnos en el mero recuerdo, en el romanticismo de los pastorcillos y de los reyes magos, o como mucho en el niño Jesús… Vivida así, la Navidad sería algo que ocurrió hace dos mil años, y el niño Jesús se quedaría en un mero icono de la ternura o de los buenos sentimientos… Pero, gracias a Dios, la Navidad es mucho más.
La Navidad debería ser algo que nos afectara por dentro. La vivencia de esta fiesta tendría que ser siempre nueva en nuestro corazón. Jesús debería ser alguien que nos importara tanto como si acabara de llegar… Ese podría ser nuestro slogan para esta Navidad; porque Jesús siempre está viniendo a nuestra vida, porque en el misterio de Dios hecho hombre siempre hay novedad que puede transformarnos.
Como educadores cristianos, además, estamos llamados a considerar a cada niño y joven como un hijo de Dios, como un don que Dios nos confía. Y, por más que a veces nos desesperen algunos muchachos o no veamos frutos en nuestra labor, recibirlos con los brazos y el corazón abiertos, sin prejuicios ni etiquetas, pues es Dios mismo quien nos visita en cada uno de ellos.
(silencio)
En una sala o capilla con los bancos en semicírculo. En el medio se coloca una pequeña casa, un pesebre sin el niño Jesús, una Biblia grande, y un cartel que diga: Nos importas mucho, como si recién llegaras.
Al entrar al lugar de la celebración, hay una música instrumental pausada sonando, para ir ambientando y motivando al silencio y a la oración.
A cada uno de los participantes, al entrar, se le entregan dos pequeños papeles de diferente color, y otro en el que aparece una silueta de un joven.
• Motivación
• En el nombre del Padre…
• Canto inicial
• Alguno toma la Biblia que estaba en el centro y proclama:
Lectura del libro del Apocalipsis (3,20)
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo»
• Para meditar la Palabra proclamada, durante un par de minutos de silencio se relee personalmente el texto. A continuación se escucha la canción “Estoy a la puerta y llamo”, del grupo Jesed
Estoy a la puerta y llamo, esperando a que me abras
ábreme que quiero entrar, que estoy a la puerta y llamo.
El corazón que te he dado es morada que yo anhelo
pero es tan digno y sagrado.
Que estoy a la puerta y llamo,
si me abres entraré y yo cenaré contigo
si no me abres seguiré afuera como un mendigo.
Estoy a la puerta y llamo, esperando a que me abras
ábreme que quiero entrar, que estoy a la puerta y llamo.
El corazón que te he dado es morada que yo anhelo
pero es tan digno y sagrado.
Que estoy a la puerta y llamo,
si me abres entraré y yo cenaré contigo
si no me abres seguiré afuera como un mendigo.
Llamando… llamando… llamando… llamando…
El animador invita a los participantes:
¿Hasta dónde dejas que el Señor entre en “tu casa”?
¿Qué “rincones” de tu vida están cerrados para Él?
¿Qué actitudes te impiden vivir la Navidad como algo nuevo?
¿Este tiempo es para ti una ocasión de renovar la presencia de Dios en tu vida, o lo vives como algo rutinario y mera tradición?
Se les pide también que lo escriban en una de las tarjetas de color.
A continuación, mientras suena una música de fondo, los participantes pueden levantarse y colocar su papel junto a la casita, así como expresar en voz alta algo de lo que han escrito y rezado.
«A veces las personas me parecen casas con las puertas abiertas. Entro, deambulo por los pasillos y las habitaciones. Cada casa está organizada de una manera algo diferente y aun así se parecen. Cada casa debería convertirse en una vivienda dedicada a ti, Dios mío. Y te prometo, te prometo que buscaré para ti una vivienda y cobijo en tantas casas como me sea posible, Señor. En realidad es una imagen graciosa. Recorro un camino y te busco un cobijo. Hay tantas casas vacías, te alojaré en ellas como huésped de honor».
Etty Hillesum
Luego, el animador invita a los participantes a fijarse en el papel que han recibido y que tiene una silueta dibujada:
Piensa ahora en aquellos niños o jóvenes que Dios te ha confiado, a los que dedicas tiempo, cariño, esfuerzos… Trae a tu memoria sus rostros, sus vidas, y contempla cómo Dios te “visita” en cada uno de ellos, en los que peor lo están pasando, en los que necesitan más su Amor… Pide al Señor su gracia para buscarle un “refugio” a cada uno de esos niños o jóvenes… Escribe sus nombres por detrás de la silueta, ora a Dios por ellos…
Por último, se les invita a depositar esas tarjetas en el pesebre vacío, y a expresar en voz alta su oración en forma de petición, de acción de gracias, de alabanza, de arrepentimiento, etc.
Señor, aunque a veces nos despistemos,
queremos vivir tu venida con el corazón abierto,
queremos recibirte como a un recién nacido
que cambia la vida de una familia.
Aunque muchas cosas nos distraigan,
sentimos tu presencia en nuestra vida,
de manera especial en este tiempo,
y sabemos que estás a la puerta llamando.
Nos importas tanto como si acabaras de llegar,
porque en realidad acabas de llegar, siempre estás llegando…
Te pedimos por los niños y jóvenes que nos has confiado.
En ellos nos visitas cada día,
a menudo oculto entre heridas y sinsentidos,
y otras veces en el gozo y la esperanza.
Tú que has querido habitar en cada ser humano,
danos tu gracia para abrirte siempre nuestra “puerta”,
para mostrar a estos jóvenes que estás presente en sus vidas,
para ayudarte a entrar en ellas y buscarte “refugio”.