Entonces, en algún momento, llega. La meta se destaca cada vez más cerca del horizonte, queda superar el último barranco, la última cima, esos últimos metros que ponen en duda la oportunidad del emprendimiento, y luego se acaba. Un camino educativo debe alcanzar los objetivos que se propone; tal vez con tiempos diferenciados, contemplando los desvíos, pero quien educa debe esforzarse por lograr lo que ha planeado. Con demasiada frecuencia, la planificación educativa se lleva a cabo de forma poco seria y por lo tanto no obtiene resultados; con demasiada frecuencia, los objetivos de la intervención educativa se indican de manera difusa.
"Fomentar la socialización, aumentar la empatía, integrar, potenciar la autoestima" son frases que no significan nada. Los objetivos hay que definirlos de forma específica, los objetivos educativos hay que pensar en la persona que se quiere liderar; y nunca se definen de una vez por todas, porque hay que repensarlos, releerlos y adaptarlos según el camino.
Pero una vez que se alcanza una definición suficientemente compartida, el propósito del educador es y debe ser acompañar al estudiante a alcanzar estos fines. Cuando no sucede, siempre hay una excusa para los objetivos no alcanzados: es culpa del colegio, es culpa de la familia, es culpa de internet, es culpa de la sociedad.
El arte de educar consiste en proponer metas alcanzables, en momentos diferentes, incluso con caminos diferentes; llegar a algún lugar es la única manera de saber si hay que empezar de nuevo. Y en responsabilizarse de los picos no alcanzados; no es culpa de la montaña que el montañista haya sido bloqueado a mitad de camino por una tormenta; es él quien no ha escuchado a la montaña para planificar su ascenso.
Es un poco contradictorio escuchar expresiones como "enseñanza individualizada" o "plan de enseñanza personalizado". La enseñanza es siempre individualizada, no hay enseñanza para la clase, para el grupo, si acaso hay enseñanza con el grupo; los planes educativos siempre deben ser personalizados, de lo contrario son un manojo de bellas palabras que se escriben únicamente con el fin de producir papel para cumplir
Una vez que llegas a la cima hay tiempo para repensar el camino que se ha realizado. El educador no solo debe acompañar el final, sino hacer del final el pretexto para una mirada al principio. El final arroja luz sobre las ambiciones iniciales, sobre las dificultades encontradas en el camino, sobre lo que se ha logrado y lo que se ha considerado no alcanzable. Los relatos educativos se cierran demasiado pronto, los alumnos pasan rápidamente y a veces en forma desapercibid; no se dedica suficiente tiempo a la muerte, porque el tiempo del fin es el tiempo de la muerte que asusta; a veces se cierra todo de prisa para saludar a todos y marcharse.
Educar significa levantar a alguien, cargarlo sobre sus hombros para que pueda ver más lejos que nosotros; es un gesto de humildad, uno frena el narcisismo porque quiere que el mundo continúe, que avance. Queremos que el alumno supere al maestro y que lo haga colocándose sobre sus hombros y mirando más allá del horizonte, donde no podemos ver. Educar significa que la cumbre que van a conquistar estos jóvenes siempre será más alta que la nuestra, será cada vez más lejana y solo podremos verla desde la distancia, mientras "se tiñe del color azul de la distancia".
Los meses terribles de la pandemia nos han mostrado lo que significa la muerte no ritualizada, nos han hecho sufrir la angustia duplicada del abandono sin saludo; en ese caso nos enfrentamos a la muerte física, la agonía de una muerte inesperada. La muerte del camino educativo puede ser una muerte temprana, puede ser una muerte planificada, pero también puede que no lo sea. Un niño puede decidir irse, alguna tragedia puede entrar en la educación como muchas veces lo puede hacer la vida con un dolor punzante: no todo es programable, no todo se puede planificar (afortunadamente) en los procesos educativos. Pensamos en un final, tratamos de llegar allí, pero la vida a menudo se organiza de manera diferente.
La fuerza del educador radica en traer estos fines, estas muertes, estos elementos inesperados en el camino, no con la presunción de quien dice "yo lo dije", sino con la humildad de quien sabe que si la vida es un proyecto más grande, no podemos planificar más allá de nosotros mismos, empujar nuestra arrogancia hasta cubrir por completo el proyecto que nos trasciende, y definir por completo sus propósitos. Este es el acto de equilibrio de los educadores: planificar dentro de un proyecto, buscar certezas dentro de lo imponderable, identificar picos precisos en una cordillera cuyo contorno preciso se nos escapa, que se desvanece en la distancia.
Llegar juntos a la cima no significa confundir roles, sino experimentar la emoción de una aventura educativa. Alumno y educador se miran a los ojos al final del camino y reviven todas las emociones del ascenso. Otros picos aguardan, otros caminos se abrirán.