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La Espiritualidad Juvenil Salesiana

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Sistema Preventivo y Oratorio – Peraza
junio 23, 2012
Formación
octubre 15, 2012

Don Bosco y las amistades de los muchachos

 Don Bosco mantiene que la elección de los amigos es un punto muy delicado y determinante para la vida de un muchacho, para el bien y para el mal. Parece como si las relaciones amistosas y la capacidad de afrontar un comportamiento diversificado con los compañeros (según la medida de su “afabilidad”), sean consideradas por él una buena escuela de vid para capacitar al joven a una inserción fecunda y activa en las relaciones sociales.

sac db Por otra parte era bien consciente de la necesidad de relación humana y la sed de amistad sincera que tiene un adolescente: se trata de un elemento fundamental para el crecimiento armonioso, para el equilibrio psíquico y la idea de sí mismo que se va elaborando, pero también – y esto es particularmente característico – para su progreso espiritual.

 Las Memorias del Oratorio, ante todo, subrayan la prudencia en la elección: “En estas primeras cuatro clases tuve que aprender por cuenta propia a tratar con los compañeros. Había dividido a los compañeros en tres categorías: Buenos, indiferentes, malos. A los últimos había que evitarlos siempre apenas conocerlos; con los indiferentes me pararía por cortesía y por necesidad; con los buenos debía contraer familiaridad, al constatar que eran verdaderamente tales”.

 Don Bosco, sucesivamente, va explicando los peligros provenientes de los malos compañeros: se trata de disipaciones inútiles, de dispersiones del compromiso de crecimiento y de formación, de pasatiempos peligrosos (cosas expresamente prohibidas en los reglamentos escolásticos), o de verdaderas tentaciones como la invitación al hurto.

Subraya también las virtudes o las actitudes que sirven de salvaguardia segura contra toda experiencia perversa: la obediencia a la “buena Lucía”, a la que le había confiado su madre, la sinceridad y la confianza totales hacia ella: “Por el amor que le tenía, no quería ir a ningún sitio ni hacer cosa alguna sin el consentimiento expreso de la buena Lucía “. Estos mismos trazos los había presentado en el Giovane provveduto (parte I, art. 4: La primera virtud de un joven es la obediencia a los propios padres y superiores), afirmando que no basta la simple obediencia: tiene que ser ejecutada “prontamente”. Como modelo de una dependencia y docilidad tan cordial el santo presenta a sus lectores la figura del joven Jesús, sometido a la Virgen y a San José en todo, “ofreciéndose a morir cruelmente en cruz, para obedecer así a su Padre celestial: Factus est obediens usque ad mortem, mortem autem crucis”. Con esta última referencia al Cristo obediente hasta la cruz, Don Bosco orienta la mirada del muchacho de motivaciones de orden pedagógico a un ámbito exquisitamente espiritual. De esta forma mantiene un estrechísimo lazo entre la vida cotidiana, con sus exigencias, con sus ritmos, sus oportunidades y sus peligros, y la vocación cristiana a la imitación perfecta del Salvador.

 En el texto de las Memorias se pone sobre todo en evidencia el servicio géneros y el cuidado de los compañeros, la disponibilidad y la ayuda prestada con diferentes servicios para facilitar sus cosas, para mejorarles, para estimularles al bien, para conquistar su afecto. En primer lugar el hijo de Lucía: “le hice dócil, obediente y estudioso”, después de ser disipado. Después los compañeros más descuidados en sus deberes: no solamente no se deja “atraer a los desórdenes”, sino que los atrae a sí con la oferta de un apoyo en el estudio. Aquí don Bosco hace una observación sobre la “falsa benevolencia” que fomenta el “espíritu de vagancia” y sobre la verdadera benevolencia que consiste en estimular al compromiso y en la ayuda que hace crecer.

 Con métodos variados Juan llega a conquistar la benevolencia y el afecto de los compañeros. Estos se sienten atraídos por él. Lo que resulta es un modelo vivo, constructivo y fascinante de relaciones; es en pequeño, el método y las dinámicas del Oratorio y de las sociedades de amigos promocionadas y propuestas por él (según el modelo presentado, por ejemplo, en la biografía de Domingo Savio): “Empezaron a venir por diversión, después para escuchar los relatos y para hacer las tareas escolásticas; y finalmente venían sin buscar siquiera una motivación como antes los de Murialdo y los de Castelnuovo. Para dar un nombre a aquellas reuniones las llamábamos Sociedad de la Alegría; era un nombre que caía muy bien, porque era obligación de cada uno buscar aquellos libros, introducir aquellos discursos y diversiones que podían contribuir a estar alegres; por lo demás estaba prohibido todo lo que podía producir tristeza, especialmente las cosas contrarias a la ley del Señor. Quien se atrevía a blasfemar o a nombrar a Dios en vano o a mantener conversaciones inconvenientes era alejado inmediatamente de la sociedad”.

A este punto Don Bosco vuelve a afirmar lo ya dicho. Transcribiendo algunas “reglas” esenciales de lo que era llamado Sociedad de la Alegría: la primera, “evitar todo discurso, toda acción que pueda desdecir del buen cristiano”, tendía a definir la calidad y el estilo de la relación interpersonal; la segunda, “exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y de los deberes religiosos”, describe el objetivo de la relación, orientada a la recíproca ayuda y al estímulo para una maduración humana y cristiana que anhela la perfección.

 Como se puede constatar fácilmente, ésta será también la fórmula que caracterizará toda su propuesta formativa. Lo había sintetizado eficazmente en la expresión bíblica “servite domino in laetitia”, propuesta por primera vez en el Giovane proveduto y asumida en toda la praxis educativa con acentuaciones y modulaciones diversas. Recordemos la expresión simplificada, pero sugerida eficazmente a Francesco Besucco: “Alegría, Estudio, Piedad”, y la afortunada afirmación puesta en los labios de domingo Savio: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres. Procuraremos solamente el evitar el pecado, como gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón, procuraremos cumplir exactamente nuestros deberes y asistir a las prácticas de piedad. Comienza a escribirte desde hoy como lema: Servite domino in laetitia, servid al Señor en santa alegría”.

 De esta actitud de amistad alegre y concreta, que se explícita en la ayuda, el santo hace derivar la estima creciente de los compañeros: “Era venerado por mis colegas como capitán de un pequeño ejército. Me buscaban de todas partes para crear momentos de diversión, asistir a alumnos en las casas privadas o para dar clases particulares y repeticiones a domicilio. Por este medio la Providencia me ponía en grado de proveerme de lo necesario para ropa, objetos escolares y otras cosas sin causar más molestias a la familia”.


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