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La educación espiritual

Todo proyecto de pastoral juvenil es un proyecto espiritual siendo fieles a uno mismo, poniendo en relación con Jesucristo y en unión con la Iglesia. Podemos hablar, por lo tanto, de educación espiritual.

 Educar es, en primer lugar, establecer una relación, un intercambio de experiencias, de conocimientos, de actitudes vitales. La educación espiritual pone en relación a dos personas. Una de estas personas tiene más recorrido, más experiencia en las cosas del Espíritu. La otra persona está haciendo su propio camino espiritual.

Educar requiere una idea del hombre, una antropología. Nuestra antropología es cristiana. Para entender qué es la persona no podemos prescindir de Dios. Él es nuestra referencia, nuestro origen y nuestro fin. Dios nos llama y nosotros, en nuestra libertad, respondemos a la vida, al amor, a la vocación, a la misión. La persona es imagen, huella de Dios. Para que el hombre vaya entendiendo, poco a poco, esta llamada de amor, necesita escuchar, hacer consciente y responder con sus palabras, actitudes y gestos. Necesitamos desarrollar esa dimensión espiritual que todos tenemos.

 En educación hoy hay un choque de antropologías. La sociedad ofrece una antropología, los medios de comunicación otra, la familia otra, la escuela otra. La pregunta por el hombre, la antropología, es de gran actualidad.

Educar es ayudar a integrar las distintas dimensiones de la persona (lo psicológico, lo existencial, lo espiritual). Integrar no es sumar. En educación unir sin más puede ser un grave error. Hablamos de integrar. Integrar es relacionar, referir a un eje, a una perspectiva, a una dimensión fundamental, a una experiencia central.

 Educadores y maestros de espíritu

Educadores y maestros de espiritualidad tienen en común una misma actitud paterna y una misma voluntad para ponerse en disposición y ayudar al crecimiento espiritual. Inmediatamente surge una pregunta: ¿Dónde está la diferencia? La primera diferencia es carismática. Algunos, no todos, tienen un carisma especial, son maestros de espíritu. Desde otro punto de vista la misma necesidad del joven requiere una u otra ayuda. Es decir la edad, el momento existencial y vital (preparación, equipamiento, iniciación, decisión) piden la cercanía de un educador o de un maestro de espiritualidad.

 El educador tiene su papel: prepara el camino y las bases humanas de la espiritualidad. El maestro de espiritualidad, que también tiene olfato pedagógico, sabe situar, mostrar el camino, proponer medios. Al maestro de espiritualidad le corresponde el acompañamiento y el discernimiento.

  Educar (nos) en la vida espiritual

Hablamos de testigos y maestros. Maestros porque nos proponemos ayudar en la educación espiritual; testigos porque nos dejamos educar. Maestros y testigos, siempre en proceso.

 Es pretencioso decir que nosotros podemos educar (nos) en la vida espiritual. Tenemos que reconocer que la vida espiritual, entendida como vida teologal, es un don. Estamos en el terreno de la gracia. “Dios entra donde se le deja entrar”. Nosotros podemos disponernos, desear, favorecer y pedir el encuentro con el Señor. Nosotros podemos ayudar a que otros se encuentren con este Señor. ¡Sólo ocurre por gracia!

 El cristiano nace en el bautismo y recorre un camino de crecimiento y maduración. Este camino tiene etapas donde el cristiano consigue una mayor conciencia de la gracia recibida: internalización, iluminación, experiencia gozosa.

 La vida espiritual tiene un componente siempre dinámico. Estamos siempre en camino, en un proceso temporal e histórico. La vida espiritual tiene su ritmo, su dinamismo, iluminada por la Palabra de Dios, la tradición de la Iglesia y los datos culturales de nuestro tiempo.

 San Pablo habla de un proceso de maduración en la vida espiritual. Habla de una vida cristiana infantil y de una vida cristiana adulta. Niño es quien está al inicio de la vida cristiana. Adulto es el cristiano en el que la gracia recibida en el bautismo ha llegado a plenitud.

Nuestra vocación es hacer nuestra vida cada vez más parecida a la de Cristo. El encuentro personal con Jesús es la puerta certera de entrada para el proceso de la fe. Cuando acercamos a la Palabra de Dios, cuando hablamos de Jesús, cuando narramos nuestra fe…estamos educando al encuentro con Jesucristo. El anuncio de Jesús es el mayor gesto de amor que puedo hacer a los jóvenes. Reconocemos que este encuentro tiene en la vida sacramental su lugar privilegiado.

 Para ese encuentro quisiéramos sugerir algunos caminos, que son también caminos educativos. Desarrollar una propuesta de educación espiritual excede la intención de este artículo. Aún así nos parece oportuno dibujar un breve esbozo.

  • Educar los sentidos. El cuerpo, con todos sus sentidos, constituye la puerta para el mundo interior y espiritual. Más allá de todo dualismo, el cultivo adecuado de los sentidos corporales hoy se hace necesario para abrir la puerta a los sentidos internos, capaces de percibir lo invisible en lo visible; y, sobre todo, de suscitar sentido de fe.
  • Educar al silencio. El silencio nos pone en contacto con las realidades trascendentes, con el misterio. El silencio es condición para conocer a Dios.
  • Educar en la interioridad. Buscando dentro vamos descendiendo en mayor interioridad; vamos avanzando en un continuo reconocimiento: el cuerpo, la propia identidad, los pensamientos y convicciones, las emociones, los sentimientos…, hasta llegar a lo más íntimo. Buscando fuera seguimos un proceso parecido: lo que veo, lo que proyecto, lo que es producto de mi acción…, lo que me transciende, Dios.
  • Educar en la oración. La oración es el momento afectivo de la vida cristiana. Orar es hablar, escuchar, alabar con el corazón. Orar es querer y dejarse querer por Dios.
  • Educar en la vida sacramental. El Concilio lo ha dicho con una frase densa y feliz: “La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”. Educamos a la vida espiritual cuando acompañamos, celebramos, hacemos gustar a niños, adolescentes y jóvenes la vida de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Reconciliación.
  • Educar a la vida eclesial. De una manera bonita el Concilio define a la Iglesia como una madre. La Iglesia engendra hijos a la fe, alimenta, cuida y acompaña a largo de su vida. Nuestra vida personal es camino entre el nacimiento y la muerte, entre Dios origen y Dios -futuro-. La Iglesia nos acompaña en este camino de seguimiento bajo la luz del Espíritu Santo.
  • Educar en las virtudes. La tradición de la Iglesia habla de virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza) y virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Las virtudes teologales se incardinan en las virtudes cardinales y hacen del hombre un creyente. El giro antropológico de nuestra cultura trae a consideración algunas virtudes nuevas en su formulación (responsabilidad, solidaridad, autonomía personal, búsqueda de la verdad, sentido de incondicionalidad…).
  • Educar al compromiso y a la alteridad, a las necesidades de los demás. Esta apertura solidaria tiene, para el creyente, su fundamentación en un Dios trinitario que es relación y comunión. En un mundo que favorece el individualismo, que tiene una grave crisis económica favorecida por la codicia, que separa y segrega, es especialmente necesario educar a la apertura a los otros, a la solidaridad y al compromiso.

 Llegar a ese cristiano adulto es un lento proceso. La sabiduría pedagógica nos enseña a plantear el crecimiento de las personas con progresividad de propuestas, con momentos de ruptura y transformación; buscando experiencias significativas y momentos de interiorización de lo vivido

Conclusión

Somos conscientes de que hablar de espiritualidad hoy aleja a mucha gente. Todavía se tiene la imagen de que lo espiritual es un añadido, un adorno, algo no sustantivo en la vida de una persona. Se mutila la espiritualidad cuando se aleja de la vida.

Estamos convencidos de la necesidad de educadores y maestros de espiritualidad. Educadores y maestros que han hecho ellos mismos experiencia de fe; que son testigos; que pedagógicamente quieren ayudar a las generaciones jóvenes en su camino de crecimiento personal y espiritual.

 Entendemos que, en pastoral juvenil, es urgente recuperar un talante paterno (no paternalista). Esta actitud la tienen de igual manera educadores y maestros de espíritu. Por eso, nos atrevemos a relacionar ambas figuras en un continuo de densidad. Dicho de otra manera: un educador tiene algo de maestro de espíritu, un maestro de espíritu tiene actitud pedagógica. Esta íntima relación da calidad a la pastoral juvenil.

En base a un artículo de Juan Crespo y Koldo Gutiérrez

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