La rica tradición educativa-evangelizadora que heredamos a partir de Don Bosco y de toda la escuela pedagógica inspirada en él, pone a nuestra disposición muchos instrumentos que son una novedad – ¡aun hoy! – para el camino de humanización, de personalización, de realización plena de la vocación de nuestros jóvenes.
Con todo es importante ver lo que debería ser una mirada crítica de la fe en nuestra tarea educativa; y nuestra labor cotidiana debe ser vista esencialmente como un hecho salvífico, como un momento oportuno done la gracia de Dios se revela, se manifiesta en lo que hacemos, la descubrimos en las sorpresas con que nos encontramos en nuestro trabajo.
Dios tiene su pedagogía con su pueblo, con la persona que ama y a quien quiere revelársele. Esto es una enseñanza de la Biblia, a esto es lo que tradicionalmente se llama Historia de Salvación, allí se revela una dimensión de Dios que se comunica con su pueblo, y de allí nace una forma de entender a Dios, su acción en nuestras vidas e historia.
EL PADRE se nos revela como el Dios Creador, el Dios de la Alianza, el Dios liberador, el Dios de la promesa. La actitud concreta es una educación que siga el estilo de Dios, una educación que pacte con el pueblo pobre y por él y no con los ricos; una educación que fomente el cuidado del ser y la naturaleza; una verdadera educación liberadora que libere al pobre y al alumno de las opresiones personales y sociales que lo esclavizan o lo limitan; una educación que es promesa de un ser mejor, de una nueva sociedad donde primen otros valores distintos a los actuales. Lo que requiere una pedagogía del saber acompañar, de usar las distintas mediaciones para lograr ese fin.
EL HIJO tiene una pedagogía preciosa, del amor, del encuentro de la verdadera dignificación humana. Ejemplos claros están a montón en el evangelio. Comparto unos textos que llenan de esperanza a cualquier educador, y es en las acciones de Jesús donde se revela su proyecto, su manera de entender a Dios y llevarnos a él: Jn 4, el encuentro de la Samaritana, Jn 9 el ciego del paralítico y Mc 10, 47, encuentro con personas doblemente marginadas por la pobreza. Surge una pedagogía del diálogo, de las relaciones profundas, lo que pide actitudes y hechos; de enfrentar los conflictos sin herirnos, de “empatía” del saber sentir y estar con el que sufre; de esperanza, de creyentes resucitados que predican y esperamos el hombre y la mujer nuevos, vivos para la eternidad, donde los valores de la libertad, gratuidad, solidaridad, alegría, paciencia y audacia no son meras predicaciones de catequesis, sino partes integrantes del currículo tanto explícito como el oculto; el que se vive en el ambiente que forja el día a día.
EL ESPÍRITU, más que principios y verdades inmutables, lo que buscamos transmitir y testimoniar en nuestras casas es una experiencia del Dios amor, que tiene una memoria bien clara y bien viva del más pequeño, del más chiquito; en donde reconocemos la acción de Dios, descubrimos su presencia y su voluntad sobre nuestras vidas, historia y sociedad, pero donde lo dejamos ser Dios, espíritu personal y libre. “El espíritu sopla donde quiere y cuando quiere”, y en Él está puesta nuestra confianza. En una carta a los corintios dice San Pablo:
Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento. (I Cor. 3,6-7)
Extractos de una ponencia de Fabricio Alaña