Soy un animador de Oratorio que está convencido de la capacidad de movimiento y encuentro que tiene dicha experiencia, en la que, semana tras semana, en lo que sería la actividad central (la “tarde” o “mañana” de Oratorio), gurises, familias y animadores (en definitiva, personas), se encuentran para disfrutar de una jornada en comunión. Se comparte el tiempo, el espacio, las risas, el juego, la alegría, las emociones, las historias y tanto más, que de nombrarlo volvería a la lista eterna y por eso decido resumirlo así.
No se puede pensar al Oratorio sin adentrarse en la realidad de todos sus protagonistas. Cada uno aporta a esa construcción oratoriana, desde quien es, y a la vez, recibe de esa construcción algo de lo que la dicha es.
Es aquí donde la misión entra en juego, porque justamente misionar es salir de sí para dar de sí. Como cristianos, existe una misión fundamental, a la que todos estamos llamados: llevar la palabra de Dios a todas partes, que cada corazón se sienta amado y cuidado, expandir el Reino de Dios; o en una palabra, evangelizar. Esto implica una acción activa, una práctica que en el oratorio se vive a flor de piel.
Como animadores de Oratorios salesianos, guiados por el carisma de Don Bosco, nuestra misión se concentra en los niños y jóvenes más vulnerados, en aquellos lugares en donde, por el contexto en el que se vive, muchos se enfrentan a situaciones complejas que condicionan su desarrollo y limitan su infancia, adolescencia y/o juventud.
Don Bosco en su momento lo reconoció y trató a través de la fe, el juego y la formación, construir espacios en donde cada niño, adolescente y joven pudiera sentirse cómodo, amado y escuchado, en donde pudiera disfrutar, aprender y encontrarse, con el otro y con Dios.
Es esa misma misión la que hoy me motiva a animar un oratorio. Poder ayudar a gurises a construir espacios que aportan a su aprendizaje y crecimiento. Lugares en donde puedan jugar y alegrarse en el juego. Espacios en donde se sientan queridos, en donde se demuestre lo valiosos que son. Espacios en donde puedan descubrirse y expresarse; en donde puedan hablar de lo que necesitan hablar, porque saben que va a haber al menos un par de orejas dispuestas a escuchar, un par de manos dispuestas a ayudar, una cabeza dispuesta a pensar y un corazón entero para amar.
Me emociona pensar en las oportunidades que tenemos los animadores de generar estos encuentros, de actuar frente a la realidad, de motivar la espiritualidad, la reflexión y las ganas de vivir profundamente. Me emociona, y a la vez veo la responsabilidad de continuar estos lugares, porque son muchos los testimonios de personas a las que el oratorio les marcó la vida. Y es al escuchar dichas historias que me convenzo de aquella capacidad del oratorio que mencionaba al principio: la capacidad de movimiento y encuentro. De movimiento, porque mueve la historia del barrio y la vida de las personas que participan (tanto gurises, familias y animadores); y de encuentro, porque es a través de este que suceden tales movimientos.
Mi compromiso hoy está en aportar a esta obra el granito que pueda aportar, en motivar a que más gente se sume, a que juntos busquemos nuevas alternativas, nuevos formas de “hacer” Oratorio, porque las realidades cambian, las sociedades cambian y los gurises cambian, y si el Oratorio no los acompaña, pierde su centro.
Por último, son infinitas las veces en las que el Oratorio trasciende el espacio físico y temporal donde sucede la tarde semanalmente: paseos, visitas, campamentos, toda la preparación previa de los animadores, y tantas otras situaciones que otros podrían nombrar. Pero hay una que es muy clara: la transformación que provoca el Oratorio, lo que gurises, familias y animadores se llevan de los encuentros y movimientos. Entonces, se podría afirmar que al Oratorio lo llevan las personas a cada lugar y en cada momento. Se vuelve parte de uno. Esto me lleva a reconocer una “vida oratoriana”, en la cual rige la actitud misionera que busca a los niños, adolescentes y jóvenes, se preocupa por ellos, los acompaña, escucha y ama. Aquella que Juan Bosco aprendió a practicar tan bien y que nos invita a practicar junto a él.