Muchas veces el ambiente, la preparación, todo lo relativo a la dimensión estética de la celebración, no es del todo cuidada y preparada para favorecer el encuentro con Jesús. Y, aunque no puede servir de excusa, es necesario cuidar cada vez más estos aspectos, que hacen de la celebración algo agradable a los creyentes y digno para el mismo Dios. Celebrar bien la misa es ayudar a inscribir en la memoria del corazón de los fieles, no intenciones moralizadoras, sino los hechos y gestos de la Alianza que nos salva en Jesús.
Con esta secuencia de subsidios de carácter litúrgico-pastoral, intentaremos aportar algunas ideas para favorecer y motivar la participación gustosa en la misa de cada domingo, sobre todo de los jóvenes.
Las fuentes principales para la elaboración de las mismas han sido: «El arte de celebrar» (Ed.CCS) y «Los sacramentos» (Ed. CCS).
El guión de la misa. Evaluar las celebraciones
LAS POSTURAS CORPORALES EN LA MISA
LOS GESTOS CORPORALES EN LA MISA
PARTICIPAR EN LA EUCARISTÍA (1)
PARTICIPAR EN LA EUCARISTÍA (2)
PARTICIPAR EN LA EUCARISTÍA (3)
RITO DE ENTRADA – ACTITUD DE ÉXODO
LITURGIA DE LA PALABRA – ACTITUD DE ESCUCHA (1)
LITURGIA DE LA PALABRA – ACTITUD DE ESCUCHA (2)
ORACIÓN DE LOS FIELES – ACTITUD SOLIDARIA
PREPARACIÓN DE LOS DONES – ACTITUD DE ENTREGA
PLEGARIA EUCARÍSTICA – ACTITUD DE INVOCACIÓN Y AGRADECIMIENTO
RITO DE COMUNIÓN – ACTITUD DE UNIDAD Y PAZ
La liturgia eucarística es social por naturaleza: Dios nos llama a la comunión con Él y con los hermanos, formándonos y transformándonos para ser en el mundo el Cuerpo de Cristo. Este nuevo subsidio (tomado de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos), puede ayudarte a profundizar en ello.
FORMADOS, TRANSFORMADOS Y ENVIADOS (el compromiso eucarístico)
Tan rico es el misterio de la Eucaristía, que tenemos una serie de términos para iluminar su gracia salvadora: la fracción del pan, la Cena del Señor, la asamblea eucarística, la Conmemoración de la Pasión de Cristo, Muerte y Resurrección, el Santo Sacrificio de la Misa, la Santa y Divina Liturgia, la Liturgia Eucarística, la Sagrada Comunión, y la Santa Misa (cf. CIC, nos 1328-1332.).
El uso del pan y el vino en el culto que ya se encuentra en la temprana historia del pueblo de Dios. En el Antiguo Testamento, el pan y el vino son vistos como regalos de Dios, a quienes se les da alabanza y agradecimiento a cambio de estas bendiciones y por otras manifestaciones de su cuidado y de la gracia. La historia del sacerdote Melquisedec de ofrecer un sacrificio de pan y vino por la victoria de Abraham es un ejemplo de ello (cf. Gn 14:18). La cosecha de nuevos corderos fue también un tiempo para que el sacrificio de un cordero para mostrar gratitud a Dios por el nuevo rebaño y su contribución al bienestar de la familia y la tribu.
Estos antiguos rituales se les dio sentido histórico en el éxodo del pueblo de Dios. Ellos se unieron en la Cena de Pascua como una señal de que Dios entrega a los israelitas de la esclavitud en Egipto, una prenda de su fidelidad a sus promesas y, finalmente, una señal de la venida del Mesías y los tiempos mesiánicos. Cada familia compartió el cordero que había sido sacrificada y el pan sobre la que una bendición se había proclamado. También bebieron de una copa de vino sobre la cual una bendición similar se había proclamado.
Cuando Jesús instituyó la Eucaristía le dio un significado definitivo a la bendición del pan y el vino y el sacrificio del cordero. Los Evangelios narran los eventos que se anticiparon a la Eucaristía. El milagro de los panes y los peces, publicados en los cuatro Evangelios, prefiguró la abundancia única de la Eucaristía. El milagro de convertir el agua en vino en las bodas de Caná manifiesta la gloria divina de Jesús y la fiesta de bodas celestial en la que compartimos en cada Eucaristía.
Celebrar la misa dominical no es para el cristiano un simple agregado a su vida. Es un mandato del Señor Jesús, hagan esto en memoria mía, en el que se celebra la acción de gracias a Dios Padre y cada cristiano se hace más similar a Jesús.
«Esa memoria de la que habla Jesús, no es solamente la memoria de estar reunidos en la Última Cena. Sino que esa Última Cena es de algún modo la síntesis, o por lo menos un lugar donde concurren muchas cosas, la enseñanza de Jesús, por supuesto, su cercanía a los más pobres, su ternura en el trato con muchas personas de las que nos hablan los Evangelios, su muerte, su resurrección. La memoria de que se habla en este “hagan esto en memoria mía” que es lo que hacemos en cada eucaristía, unido a una acción de gracias, porque es una memoria que está marcada por el agradecimiento, es algo que para todo cristiano es importante.
Y hay otra memoria que a veces nos pasa un poquito desapercibida, como memoria, no el hecho que ahora voy a contar. Y es que hay una curiosidad, por decirlo así, en el Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan difiere bastante en su estilo de los llamados Sinópticos, que dan una visión panorámica de Jesús. Juan es una especie de «francotirador», el entra a temas a su manera. Coincide en algunas cosas y en otras no. Llama la atención lo siguiente. Cuando uno lee el Evangelio de Juan, si tenemos en mente lo que sucede en los otros Evangelios, en el momento en que esperamos que nos hable de la Última Cena, nos habla de la Última Cena y lo seguimos leyendo y esperamos que nos diga algo semejante a lo que encontramos en los otros Evangelios “hagan esto en memoria mía”. En lugar de eso Juan nos dice que el Señor tomó una toalla y les lavó los pies a los discípulos. En lugar de “hagan esto en memoria mía”, lo que hace es lavarles los pies a los discípulos. Y cuando le protestan, Pedro que es lo que se llama en psicología «un primario». Se lanza, como siempre se lanzaba. “No, a mí tú no me lavas los píes.” “Mira, si no te lavo los pies no entras en el Reino de los Cielos.” Como primario: “lávame todo el cuerpo entonces”.» (Gustavo Gutiérrez)