En la antropología teológica de Don Bosco, el hombre es creado por Dios para la santidad y la comunión amorosa con él, una comunión que encontrará su plenitud en la eternidad, pero que ya es posible en esta vida. Estaba convencido de que cada persona, incluso el niño más pobre y menos dotado, está llamada a la santidad y puede convertirse de manera realista en un santo. En la introducción de uno de los primeros volúmenes de las "Lecturas católicas", Vida de Santa Zita sierva y de San Isidro Labrador (1853), Don Bosco escribe:
O todos ustedes, que trabajan, que están agobiados por pena y dolores, si quieren encontrar una fuente insaciable de consuelos, si quieren volverse afortunados, ¡sean Santos! ¡Convertirse en un santo! dirán, ¿quién puede aspirar a ello? Deberíamos tener tiempo para entretenernos constantemente en las oraciones y en la iglesia: deberíamos ser ricos para poder hacer grandes limosinas: deberíamos ser letrados para entender, estudiar y razonar. Gran error, queridos amigos, esta es una ilusión peligrosa. Para hacernos santos, no es necesario ser dueños de nuestro tiempo, ni ser ricos o literatos. [...]
¿Cuántas cosas necesitamos para hacernos santos? Sólo una cosa: hay que quererlo. Sí, mientras lo quieras, puedes ser santo: no hace falta nada más, sino la voluntad. Los ejemplos de los santos, cuya vida vamos a poner ante vuestros ojos, son de personas que han vivido en condiciones precarias y entre las tribulaciones de una vida activa. Trabajadores, granjeros, artesanos, comerciantes, sirvientes, y jóvenes, se han santificado a sí mismos, cada uno en su propio estado. ¿Y cómo se han santificado? Haciendo bien, todo lo que tenían que hacer. Cumplieron todos sus deberes para con Dios, todos sufrieron por su amor, ofreciéndole sus sufrimientos, sus tribulaciones: esta es la gran ciencia de la salud eterna y la santidad.
Don Bosco (Santa Zita, 6-7)
Don Bosco proclama que todos pueden y deben hacerse santos, basta con quererlo; en cada estado de la vida esto es posible: basta con "hacer todo bien", vivir como buenos cristianos en la caridad, llevar a cabo las enseñanzas evangélicas en la vida diaria, sostener y sufrir todo por el amor de Dios y ofrecérselo todo.
Esta afirmación de la llamada universal a la santidad y de la facilidad para realizarla impresionó profundamente a Domingo Savio:
Habían transcurrido seis meses desde que Savio habitaba en el Oratorio cuando hubo una conferencia sobre la manera fácil de hacerse santo. El predicador se detuvo especialmente en desarrollar tres pensamientos que causaron una profunda impresión en el alma de Domingo, es decir: es voluntad de Dios que todos seamos santos; es muy fácil tener éxito; hay una gran recompensa preparada en el cielo para aquellos que llegan a ser santos. Ese sermón para Domingo fue como una chispa que inflamó todo su corazón en amor de Dios.
Don Bosco, (Vidas, 61)
Las condiciones interiores particulares en las que se encuentra Domingo, quien unos meses antes había renovado su entrega al Señor, explican el profundo efecto que despertó esa predicación. No fue solo la reacción entusiasta a un hermoso discurso, sino que, como Don Bosco sugiere claramente, de una experiencia mística: "Ese sermón para Domingo fue como una chispa que inflamó todo el corazón en el amor de Dios."
El diálogo que sigue nos lo confirma y las anécdotas que se aportan en el resto del capítulo muestran que no fue un entusiasmo pasajero o un voluntarismo motivado por los convincentes argumentos del predicador. Fue una irrupción del Espíritu en el alma de Domingo, un desbordamiento incontrolable del amor divino en un corazón purificado incondicionalmente disponible para las "obras de la gracia divina". Por lo tanto, Domingo no solo sentía "deseo" y "quería", sino que tenía "absolutamente necesidad" de convertirse en santo, no podía resistir esta poderosa atracción de la gracia.
Ciertamente, fue la suya una experiencia única, pero es interesante observar cómo Don Bosco dirigió este deseo incontrolable que el niño no sabía manejar. A la pregunta "Dígame, por lo tanto, cómo debo regularme para comenzar tal empresa”, respondió el santo educador, refiriéndolo a la vida cotidiana:
Elogié el propósito, pero le exhorté a no preocuparse, porque la voz del Señor no se conoce en las emociones del alma; que, de hecho, quería ante todo una alegría constante y moderada: y aconsejándole que perseverara en el cumplimiento de sus deberes de piedad y estudio, le recomendé que siempre participara en la recreación con sus compañeros.
Don Bosco (Vidas, 62)
Es decir, incluso en esta situación espiritual tan especial y privilegiada, Don Bosco reitera lo que solía sugerir a todos: la santidad no es algo extraordinario y difícil; se construye en la vida diaria, viviendo como buenos cristianos, en el cumplimiento fiel y amoroso de los deberes de su estado, que, en el caso de Domingo, eran típicos de un joven estudiante del Oratorio: estudio, oración, obediencia, bondad para con todos, pureza, fraternidad y alegría entre los compañeros, espíritu de caridad y servicio. El mismo programa se presenta en la biografía de Miguel Magone y Francisco Besucco, en la que se resume una fórmula feliz: "Alegría, Estudio, Piedad. Este es el gran programa, que al practicar, puedes vivir feliz y hacer a tu alma mucho bien "(Vidas, 195).