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En el silencio de la noche el niño llora.
- Creo que está con hambre - dice la madre.
Y toma su cuerpo, su seno, y se lo ofrece a ese pequeño cuerpo que nada sabe de este mundo, a no ser el hambre. La boca, obediente al hambre y a la vida, toma la sangre blanca, leche…
Así, de Dios con hambre, Dios que muere si el cuerpo humano no se le ofrece como alimento.
Primera eucaristía, invertida, eucaristía de Navidad: recibimos en nuestras manos al Dios hambriento y le decimos: Aquí está mi cuerpo, aquí está mi sangre. Leche maternal. Vida de todos los niños. Aspira. Bebe. Mata tu hambre. ¡Vive!
En el cuerpo de una mujer se alimenta el Dios niño.
Navidad - Dios hambriento. Hambriento de hombres y de mujeres de carne y hueso.
Que nosotros tengamos hambre de Dios es comprensible. Pero que Dios tenga hambre de nosotros y su cuerpo se vacíe y muera si el seno no se le ofrece al niño, es una idea insólita que nos hace temblar. Somos alimento para el cuerpo del Dios.
Navidad habla del hambre del Dios, del Dios que es hambre, eternamente humano, encarnado, a la espera del alimento.
Dios nos toma como su sacramento.
(Rubem Alves)