La cultura de la abundancia a la que estamos sometidos ofrece un horizonte de muchas posibilidades, presentándolas todas como válidas y buenas. Todos estamos expuestos a zapping continuo. Podemos navegar en dos o tres pantallas abiertas al mismo tiempo, podemos interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Nos guste o no, es el mundo en el que vivimos y es nuestro deber como educadores-pastores orientar a este mundo. Por lo tanto, es bueno enseñar a discernir, para tener las herramientas y los elementos que ayuden a caminar por el camino de la vida sin que el Espíritu Santo se extinga. En un mundo sin opción, o con menos posibilidades, quizás las cosas parezcan más claras. Pero hoy estamos expuestos a esta realidad y, por lo tanto, como comunidad eclesial, debemos aumentar el hábito del discernimiento. Y esto es un desafío, y requiere la gracia del discernimiento, tratar de aprender a tener el hábito del discernimiento. Esta gracia, desde los pequeños hasta los adultos, todos.
La razón por la cual hoy se ha vuelto crucial para saber discernir es la extrema riqueza de posibilidades que se nos ofrecen: justo donde hay muchas opciones, tiene que crecer en sensibilidad hacia lo que es bello, bueno y verdadero. Y el discernimiento es precisamente esta capacidad de percibir lo que viene de Dios y lo que no, para aclarar las diferencias sutiles entre el bien y el mal, para profundizar la raíz y el origen de lo que se presenta antes y, finalmente, para elegir con coraje aquello que ha sido reconocido como justo y santo.
Pero, ¿qué significa hacer del discernimiento un "hábito", es decir, una forma ordinaria de vida, una forma normal y adoptada de la Iglesia, una forma precisa de proceder
Discernir significa, ante todo, quedarse y escuchar, evaluar todo lo que sucede en la vida del mundo y de la Iglesia, deteniéndose en las garras de la historia con vigilancia evangélica y atención profética. Significa mantener las puertas abiertas al Dios de la ternura que actúa con una creatividad insospechada en la historia, ansioso por escuchar la voz de los pequeños y los pobres. Por encima de todo, él invita a la Iglesia a aprender de los jóvenes y pedirles "para ayudarla a identificar las formas más efectivas de anunciar la Buena Nueva".
Para entrar en el ritmo del discernimiento es necesario prestar atención a las personas concretas, que no son autómatas a los que se solicita la sumisión. En esta perspectiva, el cuidado pastoral no es una mera "aplicación" de regulaciones o prácticas frías y burocráticas a la realidad de las personas, sino que es el resultado del discernimiento continuo formado por la escucha, el diálogo, la confrontación, el proyecto, la verificación y el relanzarse.
De las palabras del Papa, recibimos dos invitaciones para renovar nuestra forma de ser Iglesia y de brindar atención pastoral a los jóvenes.
La primera es la de no ser "repetidores" obsesivo-compulsivos: ponerse en la óptica del discernimiento significa desafiar fuertemente el cuidado pastoral de "siempre lo hemos hecho", de "hacer negocios como de costumbre", de pensar en las personas como autómatas, de actuar como si tuviéramos en nuestras manos el algoritmo pastoral definitivo e inmutable. En cambio, el cuidado pastoral siempre tiene que ver con las comunidades reales y con los jóvenes que viven, diferentes entre sí, con sus sensibilidades, sus debilidades y sus fortalezas. Se nos pide no solo ser fieles, sino también y, sobre todo, creativos en nuestra lealtad al Evangelio. El Espíritu del Señor es desde el principio un "creador de espíritu", una presencia que se renueva continuamente, que siempre hace que todas las cosas sean nuevas.
El segundo es el de no ser personas que "aplican" normas de forma jurídicamente inaceptable, sino que deshumanizan entornos, personas y comunidades. La norma es necesaria, por supuesto, pero cada situación es siempre diferente e implica una sabiduría al actuar que ninguna norma objetiva puede reemplazar. Tanto desde el punto de vista personal como comunitario, es necesario escuchar atentamente, dialogar con respeto, confrontarnos con apertura mental, planificar con previsión, verificar con humildad y relanzar con entusiasmo.
Es muy cómodo aplicar las normas fríamente, pero el cuidado pastoral, el real, está más allá de cualquier burocracia: es allí donde comienza nuevamente el estilo de Jesús, que es un modo de proceder artesanal y no estandarizado, respetuoso de la diversidad de todos y nunca homologado, decidido a pedir la conversión y no del todo complaciente.
Como bien puede comprenderse, no es fácil llegar a todo esto, porque entrar en el ritmo del discernimiento significa entrar en una dinámica real de labor permanente: la labor cultural, que nos ayuda a leer lo que sucede a nuestro alrededor; labor intelectual, que trae a la razón de las cosas que son; laboriosidad espiritual, para penetrar las profundidades de nuestra alma; labor pastoral, que nos impone la tarea de actuar de acuerdo con el Espíritu del Señor; la labor eclesial, que nos hace descubrir los signos de los tiempos.
Por último, pero no menos importante, para cada persona joven es necesario detenerse en el duro trabajo vocacional. Y para esto, estamos convencidos, no basta estudiar la teoría del discernimiento; es necesario realizar la experiencia de interpretar los movimientos del corazón sobre la piel para reconocer la acción del Espíritu, cuya voz puede hablar de la singularidad de cada uno. El acompañamiento personal requiere refinar continuamente la sensibilidad de uno a la voz del Espíritu y lleva a descubrir en las peculiaridades personales un recurso y una riqueza.