Es difícil ponerse en la piel del otro. Es difícil entender el sufrimiento ajeno. Es más fácil evaluar, criticar, juzgar y, al fin, condenar... y en cualquier caso poner barreras que me aíslen del otro: porque es distinto, porque no tiene razón, por mediocre, por cobarde, por todo... Pero tú abrazas lo que yo miro por encima del hombro... Tú secas la lágrima que yo no entiendo. Tú das dignidad a quien el mundo se la quita. Enséñame a mirar...
Antes de escuchar la Palabra de Dios se reza en dos coros la siguiente oración
Vengo ante ti, mi Señor, reconociendo mi culpa,
con la fe puesta en tu amor
que tú me das como a un hijo.
Te abro mi corazón y te ofrezco mi miseria.
Despojado de mis cosas quiero llenarme de ti.
Que tu Espíritu, Señor, abrase todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz.
Transforma mi vida entera.
Puesto en tus manos, Señor,
siento que soy pobre y débil.
Mas tú me quieres así: yo te bendigo y te alabo.
Padre, en mi debilidad, tú me das la fortaleza.
Amas al hombre sencillo.
Le das tu paz y perdón.
Un fariseo invitó a comer a Jesús. Cuando llegó, entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa.
En esto, una mujer, pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra.
Al verlo, el fariseo que lo había invitado, pensó: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo:
–Simón, tengo algo que decirte.
Contestó:
–Dilo, maestro.
Le dijo:
–Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos lo amará más?
Contestó Simón:
–Supongo que aquél a quien más le perdonó.
Le replicó:
–Has juzgado correctamente.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
– ¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado en lágrimas y los ha secado con su cabello.
Tú no me diste el beso de saludo; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra.
Por eso te digo que se le han perdonado numerosos pecados, por el mucho amor que demostró. Pero al que se le perdona poco, poco amor demuestra.
Y a ella le dijo:
–Tus pecados te son perdonados.
Los invitados empezaron a decirse:
–¿Quién es éste que hasta perdona pecados?
Él dijo a la mujer:
–Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
(Lc 7, 36-50)
Luego de proclamado el evangelio se canta varias veces el estribillo de Taizè: La misericordia del Señor cada día cantaré
Luego se proclaman las siguientes oraciones, cantando cada tres el estribillo anterior.
Se deja un tiempo para agregar oraciones espontáneas personales.
Por todo lo que no he hecho, dejando pasar la ocasión.
Por ir a lo mío, y no a lo nuestro.
Por las palabras con las que he herido y golpeado.
Por olvidarme de ti.
Por los silencios que fueron cobardes.
Por los riesgos que no he corrido.
Por las veces que he juzgado con ira.
Por la ceguera voluntaria.
Por utilizar a otras personas…
Después de un momento de compartir la oración se reza el Padrenuestro