Una de las maneras más cómodas de justificarnos es etiquetarnos y así tenemos la excusa para no cambiar: “perdón, pero es que yo soy así”. Que es la forma educada de decir: “disculpa, pero no me interesa cambiar”.
El yo soy así no es una excusa, sino un agravante; si uno sabe lo que es, está mejor situado que otros para corregirse. Si uno sabe cómo es, razón de más para que no se lo perdone y se corrija.
Todos estamos condicionados por diversos factores: hereditarios, sociales, personales, educativos…todo conlleva un ramillete de virtudes y defectos. Educar es potenciar las virtudes y eliminar -al menos reducir- los defectos. Cuando renunciamos a la lucha con el consabido yo soy así, estamos estorbando el pleno desarrollo de la personalidad y de la dicha de vivir.
Hay en todas las almas -en todas- grandes poderes dormidos, cualidades estimables que podemos abortar con el yo soy así. Pero estos dones se atrofian con defectos que pudieron y debieron corregirse fácilmente con un ligero control sobre nosotros mismos.
Es una pena observar cuánto bien queda muerto antes incluso de haber nacido, bajo la losa de la disculpa simplona y cómoda: yo soy así y no lo puedo remediar.
Pequeños gestos de amor, de esos que seguramente no cambian el mundo, pero que, por un lado, lo hacen más vividero y, por otro, a el corazón de quien los hace.
En la espiritualidad y pedagogía salesiana estos gestos son fundamentales, son lo que constituyen la "amabilidad" o "amor demostrado". Ellos generan confianza, afecto mutuo entre jóvenes y educadores.
Este listado, por supuesto, debe ser ampliado y complementado. Por ejemplo, en el mundo virtual y de las redes sociales en las que hoy vivimos, ¿qué gestos de amor podemos tener?