En el marco del comentario al Aguinaldo 2019 "La santidad también para ti", el Rector Mayor sugiere algunas pistas que pueden ser válidas para cada uno personalmente y para la misión.
El corazón salesiano, que nos distingue como familia carismática, se caracteriza porque desde la fe se concibe la vida de un modo positivo, y el día a día se entiende como lugar del encuentro con Dios. Tal lugar pasa a través de una realidad llena de relaciones, trabajo, alegría y distensión, vida de familia, desarrollo de las propias capacidades, donación, servicio…, vivido todo ello a la luz de Dios. Y esto se concreta, de modo sencillo, en una convicción muy salesiana que nos viene del mismo Don Bosco: para ser santo hay que hacer bien lo que se debe hacer.
Es la propuesta de santidad en la vida cotidiana. Si Teresa de Ávila encuentra la santidad entre los ‘pucheros’, y Francisco de Sales quiere mostrar que el cristiano puede ser santo viviendo en el mundo, en medio de los quehaceres de la vida y sus preocupaciones, Don Bosco crea en sus muchachos en Valdocco una verdadera escuela de santidad, con la sencillez de la alegría, del deber cumplido, y de vivirlo todo por amor al Señor
Del camino de santidad se hace experiencia juntos, y el camino de la santidad es un camino vivido en comunidad y se alcanza juntos. Los santos siempre están juntos, en compañía. Donde hay uno, se encuentran siempre otros. La santidad de lo cotidiano hace florecer la comunión y es un generador relacional. Nos hacemos santos juntos. La santidad no es posible aisladamente y Dios no nos salva aisladamente, y «por eso nadie se salva solo, como individuo aislado» (GE 6). La santidad se nutre de relaciones, de confianza, de comunión porque la espiritualidad cristiana es esencialmente comunitaria, eclesial, profundamente diversificada, muy lejana de una visión elitista y de heroísmo de la santidad.
Por el contrario, no hay santidad cristiana allí donde se olvida la comunión con los demás y la búsqueda del rostro del otro, allí donde se olvida la fraternidad y la ternura.
El Papa hace una invitación a entender la totalidad de la propia vida como una misión. Cuando una persona se pregunta acerca del sentido de su vida, y por qué está aquí, cuando se pregunta, a veces en las situaciones más difíciles o duras, para qué y a quién sirve la vida que tengo, o cuál es mi aportación a este mundo, se está preguntando acerca de cuál puede ser su misión. Y a la luz de esta mirada resulta que «para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad» (GE 19), dando siempre lo mejor de sí mismo en este empeño.
Algunas casas salesianas como Valdocco, Mornese, Valsalice, Nizza, Ivrea, Turín San Giovannino… dieron testimonio desde el inicio de la santidad como experiencia compartida, que florece en amistad, donación y servicio (hoy diríamos vida entendida como vocación y misión).
Jesús nos ha ofrecido, en la propuesta de las Bienaventuranzas, un verdadero camino de santidad. Las Bienaventuranzas «son como el carnet de identidad del cristiano» (GE 63).
En ellas se nos propone un modo de vida en el que se hacen procesos que van desde la pobreza de corazón, que es también austeridad de vida, al reaccionar con humilde mansedumbre en un mundo donde se pelea fácilmente por cualquier cosa. Desde el coraje de dejarse traspasar por el dolor de los demás y sentir compasión, al buscar con verdadera hambre y sed la justicia mientras otros se reparten el pastel de la vida, que consiguen por medio de las injusticias, la corrupción y los abusos de poder.
Las Bienaventuranzas llevan al cristiano a pasar del mirar al actuar con misericordia, que significa ayudar a los demás y también perdonar; llevan a conservar un corazón limpio de todo lo que ensucia el amor hacia Dios y hacia el prójimo. La propuesta de Jesús pide de nosotros sembrar paz y justicia y construir puentes entre las personas. Nos pide también aceptar las incomprensiones, las falsedades dichas sobre uno mismo, y, en definitiva, todas las formas de persecución, hasta las más sutiles que hoy existen.
Es otro indicador sencillo, práctico y al alcance de todos. Dios nos llama a la santidad por medio de los pequeños gestos, por medio de las cosas sencillas, aquellas que sin duda podemos descubrir en otros y hacer realidad en nosotros mismos en el día a día. Enriquecido además por el hecho de que el camino de santidad no es ni único, ni el mismo para todos, y se hace camino de santidad en la propia condición de hombre y de mujer. En este sentido la delicadeza femenina, la finura de los pequeños detalles y gestos es un ejemplo magnífico para todos. Por eso el mismo Papa dice: «Quiero destacar que el genio femenino también se manifiesta en estilos femeninos de santidad, indispensables para reflejar la santidad de Dios en este mundo y… me interesa recordar a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio» (GE 12).
Son muchos los pequeños pasos que nos pueden ayudar a hacer camino en la santidad, esa santidad cristiana sencilla, anónima pero que va modelando nuestras vidas de un modo bello. Como digo, todo puede ayudar, todo excepto renunciar al vuelo cuando ¡hemos nacido para las cumbres!, pues somos «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12).